I. Lentejas sí, pero también sustitutos de la carne de
ganado
George Monbiot, The Guardian 01/02/2023
¿Es usted de las personas que
rechazan la idea de la carne artificial o cultivada? No extraña que sean los
ganaderos los que a menudo se oponen de manera tajante a esta idea. Y lo más
sorprendente aún es que algunas personas veganas también estén en contra: "¿Por
qué la gente no puede comer tofu y lentejas, como hago yo?" Pero es
preciso señalar que los nuevos productos cárnicos y lácteos de origen vegetal,
microbiano o de cultivo celular no están pensados para el estilo de vida vegano
sino para un número mucho mayor de personas que gustan del sabor y la textura
propios de la dieta animal. Y muchas otras personas retrocedan por instinto
ante la idea de un alimento que tenga una apariencia familiar sin serlo realmente.
Así que aquí va una pregunta para todos los escépticos:
¿Qué piensan hacer respecto a la creciente demanda mundial de productos
animales y los devastadores efectos que esta comporta?
Actualmente, el ganado representa el 60% del peso
total de los mamíferos de la Tierra. Los
humanos constituyen el 36%, y los mamíferos salvajes son solo el 4%. En cuanto
a las aves, el 71% corresponde a las aves de corral, y las especies salvajes
son apenas el 29%. Mientras la población humana crece a un ritmo del 1% anual,
la cabaña ganadera lo hace a un 2,4%. El consumo medio
mundial de carne por persona es de 43kg al año, pero se acerca rápidamente al nivel del Reino Unido: 82kg anuales.
Esto se debe a la Ley de Bennett:
conforme aumentamos nuestros ingresos, consumimos más proteínas y grasas en
nuestra dieta, especialmente carne, huevos, leche y otras secreciones animales.
Entonces cabe preguntar a quienes no gustan de las nuevas
tecnologías ¿qué solución proponen? Y cuando insisto en preguntar, la respuesta
es furiosa o evasiva: "¡Estás haciendo la pregunta equivocada!"
"¿Quién te paga?" "¿Quieres que comamos babas (o insectos)?"
Hasta ahora, entre todas las personas preguntadas, solo
una ha respondido directamente: la defensora de los alimentos Vandana Shiva. "Estás difundiendo de manera acrítica la leyenda de que la
gente come más carne a medida que se hace más rica. En la India las personas
siguen siendo vegetarianas, incluso cuando tienen más ingresos. Las culturas
alimentarias están conformadas por unos valores culturales y ecológicos". Sin
embargo, el consumo de carne en la India está aumentando rápidamente, aunque
muchas personas lo hacen en secreto. En otras palabras, a pesar de las prohibiciones
religiosas que se aplican con vigilancia (y que en algunos casos llegan hasta el asesinato), la ley de Bennett sigue vigente.
Esto equivale a presionar a la gente para que quemen menos
combustibles fósiles sin ofrecerles sustitutos como los de la energía solar,
eólica, geotérmica o nuclear. Las granjas ganaderas presentan un problema tan,
o incluso más urgente, pues ocasionan perjuicios en todos los sistemas
ecológicos de nuestro planeta; son principalmente responsables de la destrucción de los hábitats y la pérdida de la vida salvaje; están provocando la muerte de los ríos y de algunas zonas marítimas; generan más emisiones de gases de efecto invernadero que todo el transporte mundial en su conjunto; y se
extienden por vastas extensiones del planeta, infligiendo enormes costes de
oportunidad ecológicos y de carbono.
Tanto en su historia colonial como en la actualidad, las granjas de ganado
siguen siendo probablemente la actividad que más contribuye al acaparamiento de
tierras y el desplazamiento de los pueblos indígenas. En pocas palabras, la carne está consumiendo el
planeta.
Los sustitutos de los productos animales pueden reducir en gran medida estos daños puesto que permitirían la devolución de vastas zonas a los pueblos expulsados de su territorio y de los ecosistemas que defendían.
La primera carne cultivada con células obtuvo
recientemente la aprobación reglamentaria en los Estados Unidos.
Al mismo tiempo, el sabor y la textura de las alternativas vegetales han
mejorado muchísimo. Recientemente he comido tres productos que son casi indistinguibles de los originales: un filete
elaborado por una empresa eslovena llamada Juicy Marbles, un "filete de cordero" de la
empresa israelí Redefine Meat, y (un plato de) sushi y "marisco" en tempura
en el restaurante londinense 123V.
En respuesta, las corporaciones ganaderas de la carne (Big
Meat) han intensificado su campaña de demonización. Aunque
esto sea comprensible, se entiende menos el apoyo que la industria animal
recibe de personas que afirman ser ecologistas, pero recitan alegremente su propaganda engañosa. El
catedrático de política alimentaria y agrícola Robert Paarlberg compara esta alianza con la accidental coalición formada por la
iglesia bautista y los contrabandistas de licores en EE.UU. el siglo pasado. Al
presionar con éxito a favor de la prohibición del alcohol, los bautistas del
sur abrieron la puerta a la mafia que comerciaba con bebidas más fuertes y
peligrosas. Baste este ejemplo para decir que los verdaderos ecologistas tienen
el deber de romper este consenso ultraconservador .
Es probable que la adopción de las nuevas tecnologías siga una curva en forma de S: lento, luego repentino. Al principio, la
aceptación será baja y sufrirá repetidos reveses. Pero a medida que aumente la
escala y bajen los precios, es probable que la penetración en el mercado
alcance el 10% o más. Ese es el punto en el que el crecimiento lineal cambia
repentinamente a crecimiento exponencial. Es la misma tendencia que ya hemos
visto en docenas de tecnologías, desde los frigoríficos hasta los smartphones.
Los mayores obstáculos serán políticos. Si los gobiernos
se ven presionados por las grandes empresas cárnicas, plantearán el tipo de
obstáculos que, en el Reino Unido y Estados Unidos, han retrasado el despliegue
de la electricidad renovable. En el Reino Unido, el gobierno está considerando la posibilidad de prohibir que los productos vegetales se denominen “leche”
o “mantequilla”. No se sabe cómo harán con la denominación de la leche de coco
y la mantequilla de maní. En el Reino Unido no se aplica el IVA a la carne o la
leche, pero la mayoría de las alternativas vegetales deben pagar un 20%.
Los organismos reguladores que podrían aprobar los nuevos
productos suelen estar desbordados,
pues el Brexit ha supuesto una enorme carga de trabajo para la Agencia
de Normas Alimentarias del Reino Unido y su presupuesto está muy por debajo de lo que necesita. Al mismo tiempo, la agencia se ha visto inundada
de solicitudes de productos de CBD (cannabidiol) y es posible que transcurran muchos
años antes de que les llegue el turno a las proteínas alternativas.
Ninguna de estas cuestiones debe dejarse en manos de la
industria y el gobierno. Los defensores del medio ambiente no deberían trabajar
para destruir las alternativas ecológicas, sino para garantizar que se regulen
adecuadamente, y mediante leyes antimonopolio eficaces, se evite la concentración
en manos de unas pocas empresas, como ocurre con el comercio de la carne. Como
siempre, esta será una lucha tanto política como tecnológica sobre la tenemos
que decidir en qué equipo nos alineamos.
·
George Monbiot es columnista del diario
británico The Guardian
II. Las tecnologías limpias podrían ser nuestra salvación
George Monbiot, The Guardian 24/11/2022
Entonces ¿qué hacemos ahora?
Después de 27 cumbres del clima (COP) sin haber visto ninguna acción efectiva,
parece que el verdadero propósito era el de seguir con el parloteo. Si los
gobiernos hubieran tomado en serio la prevención del colapso climático desde la
primera COP, las veintisiete cumbres sucesivas no se habrían celebrado. La COP
habría resuelto las principales cuestiones, tal como fue tratada la crisis del
agotamiento de la capa de ozono: en una sola cumbre celebrada en Montreal.
Ya nada se puede conseguir sin protestas masivas cuyo
objetivo, como el de los movimientos de protesta anteriores, es alcanzar la
masa crítica que desencadene un punto de inflexión social. Pero esto
es solo una parte del reto, como bien saben las personas que protestan. También
es necesario traducir nuestras demandas en acciones, lo cual requiere cambios
políticos, económicos, culturales y tecnológicos; todos ellos son necesarios, pero
ninguno es suficiente. Estos solo pueden constituir el cambio requerido si se
aplican en conjunto.
Centrémonos por un momento en la tecnología.
Concretamente, la que podría ser la tecnología ambiental más importante
desarrollada hasta la fecha: la fermentación de precisión. Se trata de una forma refinada de elaboración
de la cerveza y un medio de multiplicación de microbios que sirven para crear
productos específicos. Muchos medicamentos y aditivos alimentarios son
producidos de este modo desde hace años. Pero ahora contamos con científicos
que trabajan en varios laboratorios, y en un puñado de fábricas, desarrollando lo
que podría ser una nueva generación de
alimentos de primera necesidad.
Las noticias más interesantes anuncian la no utilización
de material agrícola primario. Los microbios cultivados se alimentan de hidrógeno o metanol, lo cual
puede producirse con electricidad renovable y en combinación con agua, dióxido
de carbono y una mínima cantidad de fertilizante. Con ello se produce una
harina que contiene aproximadamente un 60% de proteínas, lo que representa una
concentración muy superior a la que puede alcanzar cualquier cultivo agrícola
importante (por ejemplo, las habas de soja contienen un 37% y los garbanzos, un
20%). Cuando los microbios se cultivan para producir proteínas y grasas
específicas, estos pueden crear sustitutos de la carne, el pescado, la leche y los huevos de mucha mejor calidad que cuando se
emplean productos vegetales. Además, tienen el potencial de hacer dos cosas
asombrosas.
La primera es reducir hasta un grado notable la huella de
carbono en la producción de alimentos. Según un artículo publicado, se estima que la fermentación de precisión con metanol
necesita 1.700 veces menos tierras que los medios agrícolas más eficaces en la
producción de proteínas, basados en la soja cultivada en EE.UU. Esto sugiere
que podría utilizarse 138.000 y 157.000 veces menos tierra en comparación con el
medio menos eficiente: la producción de carne de vacuno y de cordero, respectivamente. Dependiendo de la fuente de electricidad y de las tasas de reciclaje, también pueden conseguirse drásticas
reducciones en el uso del agua y en las emisiones de gases de efecto
invernadero. Al tratarse de un proceso autónomo, se evita que los residuos y los
productos químicos ocasionados por la actividad agrícola sean vertidos en el
ambiente.
Si la producción ganadera es sustituida por esta
tecnología, estaríamos ante lo que podría ser la última gran oportunidad para
evitar el colapso de los ecosistemas de la Tierra gracias a la restauración
ecológica a gran escala. Mediante la resilvestración de vastas extensiones de
tierra ocupadas actualmente por el ganado
(con mucho, el mayor de todos los usos humanos de la tierra), o por los
cultivos utilizados para alimentarlo –así como los mares totalmente destruidos
por las redes de deriva o la pesca de arrastre–, y con la restauración de los
bosques, humedales, sabanas, praderas naturales, manglares, arrecifes y fondos
marinos, podríamos detener la sexta extinción masiva de especies (actualmente
en curso) y reducir gran parte del carbono que hemos liberado en la atmósfera.
Tenemos además una segunda y asombrosa posibilidad de
romper con la enorme dependencia que muchas naciones tienen de los alimentos
enviados desde lugares lejanos. Las naciones de Oriente Próximo,
el norte de África, el Cuerno de África y Centroamérica no poseen suficiente
tierra fértil ni agua para cultivar sus propios alimentos en cantidades
suficientes. En otros lugares, sobre todo en el África subsahariana,
la degradación del suelo, el incremento de la población y los cambios en la
dieta impiden que aumente el rendimiento de sus cosechas. Sin embargo, todas
las naciones más vulnerables a la inseguridad alimentaria son ricas en algo: la
luz solar. Esta es precisamente la materia prima requerida para sostener la
producción de alimentos a base de hidrógeno y metanol.
La fermentación de precisión se encuentra en la cima de su
curva de precios y tiene un gran potencial para su reducción. El cultivo de
organismos pluricelulares (plantas y animales) se encuentra en la parte inferior
de su curva de precios, llevando estos hasta sus límites, y en ocasiones superándolos. Si la producción se realiza de modo distribuido
(algo que considero esencial), cada ciudad podría tener una planta microbiana
autónoma dedicada a la fabricación de alimentos de bajo costo, ricos en
proteínas y adaptados a los mercados locales. En muchos países, esta tecnología
podría garantizar la seguridad alimentaria de manera mucho más eficaz que la
agricultura.
Existen, sin embargo, cuatro objeciones principales a esta
idea. La primera se expresa en "¡Qué asco, bacterias!" Bien, pero
actualmente las comemos en todas las comidas y añadimos deliberadamente bacilos
vivos en alimentos como el queso y el yogur. Y demos un vistazo a las plantas
de cría intensiva de animales que producen la mayor parte de la carne y los
huevos de nuestra dieta y a los mataderos
donde se procesan; con la nueva tecnología, ambos podrían quedar desfasados.
La segunda objeción es que las harinas producidas por
fermentación directa podrían utilizarse para elaborar alimentos ultra procesados.
Y es cierto que se podría, tal como hoy se hace con la harina de trigo. Pero
también pueden utilizarse para reducir radicalmente el proceso de elaboración
de sustitutos de productos animales, sobre todo si los microbios se modifican
genéticamente para producir proteínas específicas.
Esto nos lleva a la tercera objeción. Ciertos cultivos genéticamente
modificados, como el maíz Roundup Ready, presentan grandes problemas. Su
principal objetivo era ampliar el mercado para el uso de un herbicida patentado
y así asegurar el dominio de la empresa que lo producía. Sin embargo, los
microbios modificados genéticamente están siendo utilizados sin controversia en
la fermentación de precisión desde la década de 1970, concretamente en la
producción de la insulina, del sustituto de la quimosina para fabricar el queso
y en las vitaminas. Lo cierto es que donde sí se registra hoy una crisis terrible
de contaminación genética es en la industria alimentaria, aunque esto se
atribuye a que seguimos actuando como siempre: la propagación de los genes resistentes a los antibióticos que provienen de los tanques de purines del ganado que
se filtran a la tierra, y desde allí, entran en la cadena alimentaria y en los seres vivos.
Resulta paradójico que sean los microbios modificados genéticamente los que nos
ofrecen la mejor esperanza de detener la contaminación genética.
La cuarta objeción tiene más peso: la posibilidad de que
estas nuevas tecnologías queden en manos de unas pocas empresas. Esto
representa un riesgo al que debemos enfrentarnos de inmediato, exigiendo una
nueva economía de los alimentos que sea radicalmente distinta de la que tenemos
en la actualidad, pues en ella se ha producido una concentración extrema (de
los intereses corporativos). No se trata de un argumento contra la tecnología
en sí; tampoco creemos que la peligrosa concentración del comercio mundial de
cereales (el 90% en manos de cuatro empresas) sea un argumento contra el comercio de cereales, sin el cual
miles de millones de personas morirían de hambre.
Considero que el verdadero punto de fricción está en la “fobia
de lo nuevo”. Conozco a gente que no quiere tener un horno microondas porque
cree que este perjudicará su salud (no es así), pero que tiene una estufa de leña,
que sí lo hará. Tenemos tendencia a defender lo viejo y vilipendiar lo nuevo,
cuando las más de las veces, debería ser al revés.
He dado mi apoyo a una nueva campaña denominada Reboot Food (en inglés, reiniciar los alimentos) cuyo objetivo es defender
las nuevas tecnologías que podrían ayudarnos a salir de nuestra espiral de
desastre. Esperamos que sea el fermento de una revolución.
·
George Monbiot es columnista del diario
británico The Guardian