11 diciembre 2016

Fortalecer la vigilancia indígena en la Amazonía

Dirigentes de CARE se dieron cita en el LUM para conmemorar las luchas en defensa de su territorio.

La organización Derecho, Ambiente y Recursos Naturales  celebró en Lima del 24 al 28 de octubre una Semana Internacional de la Vigilancia Indígena que reunió a diversos líderes de pueblos indígenas y profesionales de los programas de vigilancia ambiental y territorial de África, Asia y las Américas. El evento concluyó con un foro público, “Vigilar y proteger nuestro futuro”, cuya segunda jornada se celebró en el Lugar de la Memoria, para conmemorar los 26 años de la lucha del pueblo asháninka en defensa de sus territorios y libertades frente al terrorismo de Sendero Luminoso, el narcotráfico y la violencia del conflicto armado que el país vivió entre 1980 y 2000.
El representante de la Unión Europea en el Perú recordó el apoyo que su institución presta a iniciativas de la sociedad civil, pues “la democracia solo es posible con el concurso de una sociedad civil activa”. Por eso, la UE se ha fijado en su hoja de ruta potenciar las relaciones con las organizaciones indígenas y velar por el cumplimiento de los requisitos de consulta previa establecidos en el Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo, suscrito por el Estado peruano, pero que todavía debe ser cumplido en los casos de extracción forestal, explotación minera e invasiones de territorios.
Para Diego Saavedra, miembro del programa Amazonía y Buen Gobierno de DAR, la participación de los indígenas y sus organizaciones es en sí misma un cuestionamiento de los conceptos sobre los cuales se basan la defensa y la vigilancia de los territorios y los recursos. Ello ocurre en un escenario global donde al mismo tiempo se produce una caída de los precios de las materias primas y la aceleración de los procesos técnicos que permiten su explotación. Las tensiones generadas por la realización de proyectos de infraestructuras se agudizan en un escenario de flexibilización de los requisitos de aprobación de inversiones en este sector. En el Perú esto se tradujo en el ya célebre “paquetazo ambiental” promulgado por el ministro de economía Alonso Segura , y que hoy vuelve a enfrentar a las organizaciones indígenas con las grandes corporaciones extractivas en conflictos emergentes y violentos que siguen ocasionando muertes.
Como bien comunitario, la tierra y el control colectivo de los recursos y su aprovechamiento, no puede entenderse desde una noción de “territorio vacío”, señala Saavedra, quien hizo mención del Programa de Monitoreo Ambiental realizado por la Organización regional de Aidesep en Ucayali, y del reconocimiento de la contribución técnica de la vigilancia indígena, la cual debe también formar parte del Sistema Nacional de Gestión Ambiental, según opinó.
Para el líder awajún Edwin Montenegro, presidente de la organización regional de pueblos indígenas amazónicos del norte del Perú (ORPIAN), Colombia es un ejemplo a seguir en cuanto a la creación de una ley de vigilancia indígena para el país. En el marco del evento internacional, los participantes discutieron la posibilidad de fundar una red internacional de vigilancia indígena.
Ante la existencia de un organismo supranacional como la Unión Europea, el lider reflexionó si también cabría aspirar a una unión de los pueblos amazónicos, parecida a la idea fundacional de una “Europa de los pueblos” que estuvo en el origen de la unión de 28 naciones europeas en el ámbito de la Comunidad Europea.
Premios Goldman reunidos
El segundo conversatorio contó con la participación de la presidenta de CARE (Central asháninka del río Ene), Ruth Buendía, en el marco de la sexta edición del Octubre Asháninka, un evento que acerca la cultura y la problemática de los territorios del río Ene a los habitantes de la ciudades. Este año la exposición estuvo dedicada a las comunidades de Satipo, con fotografías de Diana Lavalle, y la presentación de la Estrategia Política 2021 de CARE, que tiene por objetivo alcanzar el Kemetsa Asaike (Buen vivir) para todas las comunidades asháninkas.
Junto con Ruth Buendía, quien recibió en 2014 el premio Goldman por su defensa del medioambiente en el Perú al oponerse al complejo hidroenergético de Paquitzapango, tomaron la palabra María Elena Foronda, representante en el Congreso del Frente Amplio y presidenta de la comisión de pueblos indígenas y amazónicos; Andrew Miller de Amazon Watch y Laura Zúñiga, hija de la mártir ecologista y premio Goldman hondureña Berta Cáceres, quien fuera asesinada en su país en marzo pasado por su oposición a la construcción de una hidroeléctrica en la cuenca del río Alcarques.
La congresista Foronda explicó que la participación ciudadana local y regional es instrumentalizada en nuestro país, de allí la necesidad de contar con las comunidades indígenas para asegurar el monitoreo de los territorios. Por esta razón, destacó la importancia del proyecto de ley de ordenamiento territorial propuesto recientemente por su agrupación en el Congreso, que debe dotar a nuestro país de una política para la prevención de conflictos socioambientales, del mismo modo en que ya se ha conseguido la delegación de funciones legislativas en torno al tema del petróleo. La parlamentaria señaló que el Perú no logrará una genuina justicia  ambiental mientras no se incorpore a las comunidades indígenas.
En videoconferencia desde Brasil, Erica Yamada, asesora especial del mecanismo de los pueblos indígenas para el Alto Comisionado de Derechos Humanos de la ONU, destacó la importancia del reconocimiento del derecho de autodeterminación de los pueblos indígenas por parte de los Estados.
Las comunidades asháninkas después de Sendero Luminoso
Para el investigador Oscar Espinoza, “el conflicto en el río Ene no ha terminado”, pues persisten las secuelas del conflicto armado. Aún cuando el repoblamiento de las comunidades se inicia en 1994 , la convivencia con los “fuereños” (colonos, narcotraficantes, taladores y la llegada de las mega inversiones) se hace cada vez más difícil, lo cual requiere una vigilancia constante de los territorios. Hoy en día en toda la región amazónica se ha logrado la titulación de 1 350 comunidades indígenas de un total de las 2 000 que existen en la región. Sin embargo, “tras la pacificación, los asháninkas dejaron de ser funcionales dentro de la estategia política del Estado”, señaló el académico. 
Al promulgarse en 1993 la Ley que permitió la creación de los comités de autodefensa, las comunidades asháninkas reclamaron constituirse como ronderos (un paso previo a la creación de la central CARE), diferenciándose así de los comités de autodefensa o de las Fuerzas Armadas. Su primera reivindicación fue publicar un memorial por el retorno de la educación pública como una manera de reclamar la presencia del Estado peruano en sus comunidades.
Tras más de dos décadas transcurridas y 10 000 asháninkas desaparecidos durante el conflicto en la selva central, las reparaciones del Estado peruano no se han hecho efectivas. Los atrasos, las muertes y desapariciones de hoy son, según Pedro Valerio, presidente del Comité de Autodefensa del río Ene, una expresión del poco reconocimiento que se da a la participación y las bajas del pueblo asháninka en el frente de guerra contra Sendero Luminoso hasta 1997.
Los productos del cacao de la asociación Kemito Ene de CARE

Algunos ejemplos con experiencias actuales de vigilancia integral en el Perú:
  • Programa de Monitoreo ambiental del bajo Ucayali;
  • Jaime Borda de la red MUQUI y su experiencia en Sumamarca (región Puno) y en Espinar donde existe un Comité de Vigilancia y Monitoreo Ambiental Comunitario (CVMAC);
  • Aportes de la vigilancia indígena en el monitoreo ambiental de Cachiyaco Contamana, realizado por las Comunidades Nativas de Canaan (shipibos);
  • Asháninkas del río Ene. Ruth Buendía presidenta de la Central asháninka del río Ene – CARE; Irupé Cañaris (secretaria técnica): importancia de los estatutos comunales a los que se arriba desde un borrador socializado y validado por (y con) todas las comunidades. Un ejemplo de ello es el de las comunidades Indígenas del Alto Camunashari (Satipo) que ha obtenido  una titulación de sus territorios a nivel regional con mapas georeferenciados y que ha contado con la ayuda de los comités de autodefensa para gestionar los conflictos con los colonos;
  • Vigilancia Territorial Kukama ACODECOSPAT por los derrames en el lote 8x del oleoducto nor-peruano en el que las comunidades reclaman un monitoreo participativo con todas las partes involucradas.


03 agosto 2016

Leyes de asilo y refugio en la Unión Europea: las personas antes que los Estados

Guardias costeros italianos asistiendo en el arribo de refugiados por mar. Foto: Sandra Balsells, barcelona.cat

Con la creciente tendencia a delegar el control y la gestión de las fronteras exteriores de la Unión Europea en la agencia Frontex y al despliegue de fuerzas militares de la OTAN ¿cómo se ven afectados los tratados europeos  de derechos humanos y sus leyes sobre asilo y refugio?  El acuerdo de asociación propuesto por la Unión Europea a Turquía ¿es una solución para subsanar los hasta hoy infructuosos esfuerzos de reasentamiento de refugiados por parte de la UE?  
Estas fueron algunas de las preguntas que buscaban respuesta en el marco de la Conferencia Internacional Cities of Welcome, Cities of Transit, organizada por la Universidad de Naciones Unidas y el Instituto para la Globalización, la Cultura y la Movilidad (UNU-GCM), el pasado 14 y 15 de julio en Barcelona. Fueron dos jornadas intensas con expertos profesionales, investigadores, activistas y artistas donde se dieron a conocer los programas municipales de asilo y refugio que cuentan con alguna modalidad de participación ciudadana en varias ciudades europeas.

Susanne Asche, del gobierno municipal de la ciudad alemana de Karlsruhe, presentó el trabajo del área de diversidad cultural y su participación en la creación de la Coalición europea de ciudades contra el racismo (ECCAR). Por su parte, Ignasi Calbó, director del Plan de Barcelona Ciudad Refugio, y Ramón Sanahuja, director de los servicios de atención y acogida al inmigrante de la capital catalana hicieron una presentación de los avances de la ciudad en su política de asilo y refugio, aun cuando las competencias en esta materia siguen estando en manos del gobierno central (lo cual explica que, hasta la fecha, las estadísticas oficiales de asilo y refugiados no sean facilitadas por el Ministerio del Interior cuando estas son solicitadas por los equipos del gobierno municipal).



Otras organizaciones que han conformado redes de ciudades estuvieron presentes. Así, la Red Mundial de Gobiernos Locales y Regionales (UCLG) y la red Eurocities informaron de sus esfuerzos por promover unos planes donde impere la cultura del acogimiento, con iniciativas en las ciudades limítrofes con la UE que han visto duplicar su población en países como Turquía; mediante la cooperación de ciudad a ciudad que ha sido posible a través de programas de la agencia UN-Habitat; o la promoción de una cultura de gobernanza a múltiples niveles que preste atención a la educación y al lenguaje empleado. En cuanto a los retos para la cooperación internacional en los programas de asilo y refugio, Thomas Jézéquel, de Eurocities, señaló que “la innovación está en manos de los actores locales” y, al mismo tiempo, “son las ciudades las que se presentan como actores en la escena internacional”.

Respecto al clima de división generado a partir del ascenso político de la extrema derecha en el mundo, los expertos reclamaron la necesidad de liderazgos políticos que aboguen con firmeza por una mayoría a favor de las políticas de asilo no discriminatorias. En este sentido, Eurocities ha producido informes detallados sobre las actuaciones en las ciudades que han practicado con éxito la acogida y apoyado emprendimientos vinculados a las aplicaciones digitales para la información y la comunicación sobre el derecho de asilo y refugio. Aunque es esencial que los proyectos impulsados desde la sociedad civil tengan entre sus socios a las organizaciones de base ─señalan─ su participación no exime a las autoridades y a los servicios municipales de su responsabilidad como financiadores, asegurando así una formulación de políticas de abajo arriba.


Acuerdo UE-Turquía

Las ONG y el alto comisionado de las Naciones Unidas para los refugiados (ACNUR) han expresado sus dudas sobre la legalidad del acuerdo UE-Turquía y su compatibilidad con las leyes internacionales y europeas sobre los refugiados y los derechos humanos. En la sesión del segundo día, diversos expertos expusieron sus críticas y sus reservas al respecto, pero también ofrecieron posibles salidas para superar los obstáculos que impiden cumplir con la misión humanitaria de la UE en sus propios territorios.

¿Existe una base común para formular una legislación europea de acogida a los refugiados que garantice el cumplimiento de la Convención Europea de Derechos Humanos? Para Valsamis Mitsilegas, profesor de derecho penal de la Queen Mary University de Londres y director del Criminal Justice Centre, la solidaridad de los Estados debe encaminarse ahora a construir un paradigma de solidaridad centrado en los derechos de los propios refugiados. En la legislación relativa a la gestión de flujos migratorios, Mitsilegas ha identificado los retos para la implementación de un Sistema Europeo de Asilo común a todos los países de la Unión Europea. Para ello señala la paradoja que se observa en el llamado Espacio de Libertad, Seguridad y Justicia de la UE: mientras que en la mayoría de países miembros de la Unión las fronteras internas han sido abolidas, las leyes y la justicia siguen siendo de aplicación nacional, conforme a los procedimientos y leyes nacionales. En consecuencia, no existe hasta la fecha un estatus o procedimiento único para tramitar el asilo en cualquiera de los países de la UE.



En la UE, las leyes sobre asilo y refugio contemplan la solidaridad en función de las necesidades de los Estados y de las cuestiones relativas a su seguridad. Esto tiene un efecto sobre las respuestas jurídicas que se implementan y sobre los derechos de los propios refugiados.

En primer lugar, la solidaridad centrada en el Estado (mediante el llamado “sistema de Dublín”), que asigna las responsabilidades de cada Estado, es problemática en lo relativo a los derechos humanos; existen unas obligaciones que recaen en el país donde se registra la entrada de los migrantes. Un documento de políticas (Green Paper) de la Unión Europea publicado en 2007 revela que el sistema de Dublín podría de hecho comportar cargas adicionales para los Estados miembros que cuentan con capacidades limitadas de admisión y recepción de refugiados y que se ven sometidos a una mayor presión migratoria por su posición geográfica. Este es el caso de Grecia o Italia, dos países inmersos en una prolongada etapa de austeridad fiscal por la crisis del euro, obligados a gestionar unos flujos migratorios sin garantías de cumplimiento del derecho humanitario, y atender a los refugiados que actualmente llegan desde el Mediterráneo oriental, donde han perdido la vida miles de personas en el intento de alcanzar las costas la UE. Todo ello debería conducirnos a superar la contradicción que el enfoque actual presenta. Mitsilegas opina que debería plantearse una solidaridad centrada en cada individuo refugiado, no en el principio de la frontera compartida, puesto que la decisión de conceder asilo compete a cada Estado. Para ello existen algunas soluciones:



1. El estatus nacional de refugiado (que actualmente no es reconocido a nivel europeo) debería ser un principio contemplado en todas las decisiones relativas al asilo y refugio, y dicha condición debería ser reconocida en el ámbito de la UE, máxime cuando esta figura jurídica ya se encuentra muy armonizada en las diversas leyes, sistemas y directivas de la UE.


2. Se trataría de avanzar en el camino a un sistema paneuropeo de asilo y refugio que sea uniforme y que cuente con un proceso centralizado de concesión de asilo en el que además todos los refugiados y solicitantes de asilo deberían poder acceder al sistema jurídico de la UE.


3. El principio de reconocimiento mutuo. A pesar de que en los países de la UE existe una mayor armonización de esta figura en el ámbito del derecho de asilo que en el del derecho penal, este principio no ha sido empleado de manera extendida en el ámbito del asilo, y solo ha tenido una aplicación negativa. Sin embargo, resulta evidente que en la presente crisis su aplicación positiva tendría unos beneficios incuestionables para la gestión de los flujos migratorios en Europa y para terminar con la incertidumbre legal respecto al estatus y los derechos de las personas refugiadas en los territorios de la Unión Europea.

31 mayo 2016

En el MEDIALAB Prado de Madrid


#DemocracyLab: sesiones de trabajo, conferencias y talleres sobre democracia directa, participación ciudadana, redes comunes y software libre. Política, tecnología y ciudades.


Fotos: Elvira Megías, Medialab Prado

En el foro de la ciudad de Madrid, donde convergen el barrio de las letras y los museos situados entre Atocha y el Paseo del Prado, asistí entre el 23 y el 28 de mayo a una serie de conferencias y encuentros sobre ciudades democráticas patrocinados conjuntamente por las alcaldías de Madrid y Barcelona.

El equipo de MEDIALAB Prado, un laboratorio ciudadano de producción, investigación y difusión de proyectos culturales, organizó en su sede un Taller Fundacional de la Red de Comunes Democráticos.  Las sinergias creadas con la asistencia de un público entregado y de muchas mentes brillantes provenientes de los más diversos campos (desde el activismo y la ingeniería informática y de telecomunicaciones hasta la ciencias políticas y el periodismo de datos), dieron lugar a la creación de la red >democomunes<.

El lema “Think like a commoner” (pensar como un cualquiera o como uno más) es lo que diferencia a esta red abierta e informal de gente comprometida con la democracia directa, autorregulada “desde dentro y fuera” del poder, y con capacidad para decidir como ciudadanos. El término inglés commons, adoptado por el activista y estratega político David Bollier a partir de los estudios de Elinor Ostrom (premio Nobel de economía 2009) y el ecologista Garret Hardin (1968), designa a los bienes comunes o los recursos compartidos por las sociedades humanas cada vez que las personas se relacionan con empatía. En español, suele usarse el término “procomún”, que viene dado por el carácter “performativo” del género humano en tanto que beneficiario, promotor y administrador de dichos recursos o bienes.

La voluntad de crear colectivamente una red de comunes democráticos fue tomando impulso a lo largo de una semana intensa en la que pudimos escuchar las más diversas experiencias e iniciativas de participación ciudadana.

6 maneras de incrementar la participación ciudadana


Gunnar Grimsson de citizens.is de Finlandia hizo un recorrido por las diferentes iniciativas ciudadanas de democracia directa implementadas con herramientas digitales para la participación. Para ello propone potenciar una democracia electrónica a través de la aplicación web de código abierto Your Priorities, formada por una comunidad de 600.000 usuarios que articulan las más diversas iniciativas y propuestas ciudadanas.
Internet es considerada como fuente de inspiración para el debate, por la facilidad con que permite elaborar y difundir encuestas a favor o en contra de ideas o proyectos, elaborar clasificaciones de calidad, y también contribuir a la formación de consensos que sean respetuosos del disenso y eviten los ataques personales.


Protegidos contra el mal uso: la web de Your Priorities es administrada por los usuarios y moderada en régimen colectivo (crowdsourcing). Los postings basura son ignorados por los usuarios y quedan relegados en su prioridad hasta desaparecer.

La aplicación web produce herramientas enfocadas para cada problema que se desea abordar y permite combinar acciones virtuales con acciones presenciales (por ejemplo, proponer una lluvias de ideas on-line, hacer una evaluación presencial y finalmente someter la decisión a un voto virtual o presencial). Las herramientas son creadas con código abierto de uso libre y gratuito y el grupo de e-democracia se aloja en la web.

Your Priorities requiere la creación de un perfil como requisito para formar comunidades virtuales, grupos de trabajo o reflexión y proponer ideas para el debate.


Algunos ejemplos de iniciativas de e-democracia


  1. Best Party, una agrupación política anticorrupción (vinculada a la internacional de los partidos Piratas) que en 2010 consiguió formar un gobierno plural en la alcaldía de Reykjavik;
  2. Rahvakogu, es una plataforma online para la reforma de las leyes electorales y de partidos políticos en la república báltica de Estonia. Ha permitido que la ciudadanía presente iniciativas legislativas en el Parlamento nacional;
  3. Reset Romania, que ha generado una serie de debates sobre cuestiones relativas a la justicia, la educación y la democracia electrónica en Rumanía;
  4. Better Neighbourhoods, herramienta para crear presupuestos participativos en la ciudad de Reykjavik;
  5. Ciudadanos Activos a través de la inteligencia artificial y la realidad virtual: satisface las demandas de autoeducación ciudadana y al mismo tiempo es un semillero de técnicos en inteligencia artificial que son necesarios para facilitar los procesos participativos;
  6. NHS Citizen, un programa del Reino Unido que fomenta la participación ciudadana como forma de contribuir en la toma de decisiones sobre la sanidad pública.

A no perder de vista


Google, Amazon y FB son plataformas comerciales basadas en la inteligencia artificial. No debemos pasar por alto el hecho de que estamos siendo vigilados y supervisados por las herramientas de extracción de datos de navegación de estos negocios. Por eso es importante asegurar un diseño de interfaz de usuario que sea fiable e impida la manipulación de los procesos democráticos y sus resultados,  o peor aún, la filtración de datos en países con gobiernos autoritarios.

22 mayo 2016

Lecturas sobre la utopía tecnológica (y III)

Presentamos aquí una traducción con las ideas más resaltantes del artículo de Kevin Carson sobre las diferentes corrientes y teorías propuestas a partir del concepto de “tecno utopía”, recientemente publicado en inglés. Carson es investigador senior de la escuela anarquista del Center for a Stateless Society, y escribe habitualmente en el blog de la Fundación P2P.


Otros utópicos tecnológicos no capitalistas



Hasta aquí nos hemos basado en el esquema de Dyer-Witheford para clasificar la utopía tecnológica en sus versiones liberales y no capitalistas o anticapitalistas, si bien esta categorización no agota todas las que existen.

El autonomismo propio del ámbito marxista constituye solo una versión en la serie de teorías marxistas sobre el comunismo altamente tecnificado posterior a la escasez que se remontan a Bogdánov; asimismo, estas quedan comprendidas en una categoría más amplia que incluye los modelos poscapitalistas formulados a partir de combinaciones de políticas prefigurativas y contra institucionales, muy similares a lo propuesto por Negri y Hardt en Exodus.

Todas estas corrientes marxistas subterráneas se caracterizan por una obsesión por el concepto gramsciano de “Guerra de posición”, que es el proceso de cambios culturales y de formación institucional en la sociedad civil cuyo objetivo es rodear al Estado en tanto que bastión del poder capitalista, y que constituye una alternativa al asalto directo (“Guerra de maniobra”) dirigido a una eventual captura del Estado propiamente dicho. Los autonomistas y otros movimientos prefigurativos ya no consideran la guerra de posición como una fase preparatoria para la guerra de maniobra (que constituiría un asalto directo al Estado). Para Gramsci, la guerra de maniobra —entendida como la conquista del poder estatal— aún era considerada como un último paso que, sin embargo, debía posponerse mientras no estuviera finalizado el trabajo preparatorio de erosión cultural. 


Releer a Antonio Gramsci es hoy pertinente.


El objetivo de los autonomistas y de otros pensadores afines no es la toma del poder sino el éxodo. Dado que los medios de producción están cada vez más presentes en las relaciones establecidas en la sociedad civil, ya no se requieren unas instituciones obsoletas (el Estado y el capital). Solo se necesita derribar los cercos impuestos a la economía social ya construida [por los ciudadanos], lo cual puede hacerse en gran medida sorteando los obstáculos y ya no conquistando.

El enfoque contemporáneo de John Holloway constituye un buen ejemplo de esto. “Cambiar el mundo sin tomar el poder” viene a significar:

Crear dentro de la misma sociedad que se rechaza unos espacios, momentos o áreas de actividad en los cuales queda prefigurado un mundo diferente, con rebeliones en movimiento. Desde esta perspectiva, la idea de organización no equivale a la noción que se tiene de ella desde el partido, sino que supone establecer una conexión y un reconocimiento entre las diferentes grietas que desentrañan el tejido del capitalismo…”

…En los últimos veinte o treinta años encontramos un gran número de movimientos que se reclaman como algo diferente: es posible emancipar la actividad humana de la alienación del trabajo mediante el ensanchamiento de las grietas; en ellas se demuestra que es posible hacer las cosas de manera diferente, cosas que sean útiles, necesarias y de un alto valor para nosotros; hablamos de actividades que no estén subordinadas a la lógica del beneficio económico.
 Si no estamos dispuestos a aceptar la aniquilación de la especie humana, lo cual, a mi entender, es una posibilidad real dentro de la agenda capitalista, entonces la única posibilidad es pensar en que nuestros movimientos constituyen el nacimiento de otro mundo. Es necesario seguir creando esas grietas, y encontrar maneras de reconocerlas, fortalecerlas, expandirlas y conectarlas; buscar la confluencia, o mejor aún, su transformación en un marco y un sistema alternativo (commoning).

…Recordemos que para que se diera la Revolución Francesa tuvo que prescindirse de las relaciones sociales existentes entre la burguesía y la aristocracia en un momento dado. Del mismo modo, nosotros deberíamos esforzarnos por llegar a un punto en que podamos decir: “nos da igual que el capital mundial no esté invirtiendo en España porque hemos construido una red de apoyo mutuo que es lo suficientemente sólida como para permitirnos vivir con dignidad”.[1]
Para Holloway, los modelos socialistas basados en la toma del poder del Estado reproducen de muchas maneras las relaciones entre capital y trabajo en lugar de abolirlas. Presuponen la existencia del trabajo asalariado alienado bajo el sistema capitalista, y éste produce unas estructuras institucionales, como pueden ser las de gestión de las grandes empresas y las del Estado, que no guardan ninguna relación con el trabajo y están por encima de éste. La izquierda tradicional, por su parte, busca capturar estas estructuras y utilizarlas en beneficio de la fuerza laboral:
… [¿Por qué] un movimiento que se esfuerza por mejorar las condiciones de vida de los trabajadores (considerados como víctimas y como objetos) se refiere al Estado inmediatamente? Porque en razón de su propia separación de la sociedad, el Estado es una institución ideal si lo que se busca es lograr unos beneficios para las personas. Y esto constituye el pensamiento tradicional del movimiento obrero y de los gobiernos de izquierda que hoy existen en América Latina.[2]

La opción estatalista, en la que se incluye la toma del poder del Estado por parte de movimientos como Syriza y Podemos:

Implica la canalización de unas aspiraciones y luchas a través de conductos institucionales, lo que necesariamente obliga a conciliar el malestar expresado por estos movimientos con la reproducción del capital. Y no existe otro camino, ya que la sola existencia de un gobierno implica que éste debe promover una reproducción del capital (mediante la atracción de la inversión extranjera o por otro medio). Ello significa que necesariamente se ha de tomar parte en la agresión representada por el capital, como recientemente ha ocurrido en Bolivia o en Venezuela, lo que constituirá también un problema para Grecia y para España.[3]

En cambio los movimientos no jerárquicos que operan en red adoptan un método diametralmente opuesto:

Rechazar el trabajo alienado y alienante implica al mismo tiempo una crítica de las estructuras organizativas e institucionales y su mentalidad. Es así como puede explicarse el rechazo a los partidos políticos, sindicatos e instituciones del Estado que se observa en muchos movimientos contemporáneos que van desde los zapatistas mexicanos hasta los indignados en Grecia y en España.[4]

Foto de Tina Modotti, México, 1923-1930

Es relevante mencionar aquí el estructuralismo de Nicos Poulantzas. En un sistema capitalista, y por imperativos estructurales, el Estado se ve obligado a ponerse al servicio de las necesidades del capital sin importar el personal ni la ideología que lo componen. El mismo análisis puede aplicarse —tal como lo ha demostrado Immanuel Wallerstein— a la relación entre un Estado socialista nacional y las fuerzas del capitalismo mundial cuando aquél juega un papel en la división del trabajo en el sistema-mundo capitalista.
Comparemos el punto de vista de Holloway sobre el socialismo de Estado con el comentario que hacen Negri y Hardt sobre la agenda socialdemócrata de “reintegrar a la clase trabajadora dentro del capital”:
Por una parte esto significaría que se recrearían unos mecanismos mediante los cuales el capital pueda contratar, gestionar y organizar las fuerzas productivas y, por otra, que se reactivarían unos mecanismos sociales y estructuras de bienestar para que la continuidad social de la clase trabajadora quedase garantizada.[5]

Para que la socialdemocracia funcione, tendría que utilizar al Estado para integrar la producción bajo el control forzoso del capital (aun cuando éste hubiera quedado obsoleto en un sentido técnico), bien haciendo que la competencia en los modos de producción más eficientes quedase proscrita, o bien confiriendo derechos de “propiedad” a los intereses capitalistas preexistentes en tanto que son capaces de articular nuevas formas de producción. Ello constituye un enfoque en esencia hamiltoniano que se apoya en el valor de las grandes concentraciones de capital que hace que éstas sean artificialmente necesarias.

Lo anterior también conlleva un enfoque schumpeteriano ya explicado en la discusión sobre Romer (en la Parte I), quien considera que tanto el tamaño como lo capital-intensivo son “progresivos” por naturaleza, lo cual ofrece una razón adicional para mostrarse hostiles a las nuevas tecnologías de la producción.

El enfoque verticalista está también obsoleto en otro sentido. Si para la nueva izquierda no jerárquica las fronteras entre el proceso de producción y la sociedad están difuminadas porque el propio proceso de producción queda disuelto en el ámbito más extendido de las relaciones sociales de los trabajadores, para el obrerismo de la vieja izquierda ocurre  lo contrario: lo que queda difuminado es la frontera entre la fábrica y la sociedad. El verticalismo queda caracterizado en la adoración que la vieja izquierda tiene por el proletariado industrial y por un modelo de sociedad que se construye alrededor del lugar de trabajo como su institución central. Guy Standing ha empleado el término “labourism” (obrerismo) para describir esta tendencia de la vieja izquierda (incluyendo al comunismo leninista, la socialdemocracia y el sindicalismo industrial al estilo de la CIO). Si los primeros movimientos socialistas y anarquistas buscaban aumentar el tiempo de ocio y la autonomía [del trabajador], así como la disminución del nexo monetario y el sistema de salarios, para la socialdemocracia y el sindicalismo lo que suponía la norma universal era el empleo universal a jornada completa de [toda] la fuerza asalariada. Se aspiraba al “pleno empleo” y a buenos salarios, beneficios y seguridad laboral, a cambio de lo cual la dirección podía gestionar la empresa; la fuerza laboral no intervenía en los asuntos considerados como “prerrogativa de la dirección”. La agenda del “pleno empleo” significaba que:

Todos los hombres eran empleados a jornada completa, lo que además de ser una concepción sexista, descuidaba todas las formas de trabajo no laboral (incluyendo las tareas de la reproducción y los cuidados en el ámbito familiar, el trabajo en favor de la comunidad y otras actividades por las que se podía optar individualmente). También quedaba eliminada la idea de la liberación del trabajo, que había tenido una posición preponderante en el pensamiento radical de épocas anteriores.[6]

Desde aquellos tiempos, y especialmente en las dos últimas décadas, el modelo convencional de empleo asalariado a jornada completa ha ido perdiendo relevancia como norma. A medida que se registra una constante disminución de la parte de la economía que corresponde a la fuerza laboral con salario a jornada completa, siguen aumentando los desempleados de larga duración y el precariado (que incluye a los trabajadores subempleados, los contratados de tiempo parcial, los temporales y los extranjeros). Para estos trabajadores no existe ya la red de seguridad social que les proporcionaba un empleo fijo, y asimismo, éste ha sido recortado para los que todavía lo tienen. Además, la mayoría de personas con empleo precario no se identifica con las modalidades del empleo asalariado o el desempeñado en un centro de trabajo tal y como lo hacían sus padres y abuelos; con frecuencia comparten unos valores que son más parecidos a los primeros socialistas, para quienes la identidad económica era una cuestión de relaciones sociales o gremiales expresadas fuera del lugar de trabajo.

En opinión de Negri y Hardt:

Las esferas de protección laboral del siglo XX —leyes y reglamentos laborales, negociación colectiva o seguridad social del trabajador— eran concebidas a imagen y semejanza de la empresa, del empleo, de las jornadas y las semanas de trabajo fijas que hoy solo son aplicables a una minoría en la actual sociedad de servicios on-line. Mientras que la conciencia proletaria está relacionada con alcanzar seguridad a largo plazo en la empresa, la mina, la fábrica o la oficina, la conciencia del precariado está relacionada con la búsqueda de la seguridad fuera del lugar de trabajo.

El precariado no constituye un “protoproletariado” que aspirase a ser como un proletario. Pero lo cierto es que la centralización del trabajo no estable propia del capitalismo global no permite la conformación de una clase marginal tal como algunos quisieran. Según Marx, el proletariado aspiraba a su propia abolición. Y lo mismo podría decirse del precariado. Pero el proletariado buscaba con ello la universalización del trabajo estable. Y si el proletariado tenía un interés material en el crecimiento económico y en la ficción del pleno empleo, el precariado se interesa más bien por volver a capturar la visión progresista de una “libertad de trabajo” que establezca con coherencia el derecho al trabajo.[7]

Todo esto sugiere que es necesario un nuevo modelo de lucha que sea también aplicable a una transición poscapitalista.

* * *

El modelo poscapitalista de Michel Bauwens

No todas las teorías de izquierdas sobre la transición sistémica a una economía poscapitalista se ciñen al marxismo. El modelo poscapitalista de producción entre iguales (P2P) basada en el procomún se enmarca dentro de las escuelas no marxistas, y uno de sus impulsores es Michel Bauwens, de la Fundación P2P Alternatives.

Bauwens y Iacomella argumentan que el capitalismo tardío está aquejado de una irracionalidad estructural que se agrupa alrededor de dos ideas:

1. La economía política actual se basa en la falacia de la abundancia material que propone un crecimiento ilimitado y permanente, así como la acumulación infinita del capital y unas dinámicas impulsadas por el endeudamiento al servicio de un complejo de intereses, lo cual es insostenible.

2. La economía política actual se basa en la falacia de la “escasez inmaterial” para justificar la sobreabundancia de monopolios creados a partir de la propiedad intelectual como una manera de controlar los avances científicos, sociales y económicos. Este sistema impide que los beneficios de la innovación lleguen a todos y dificulta el aprendizaje colectivo de la humanidad en una época de graves retos globales.[8]

Estas contradicciones de carácter estructural conducen siempre a la eficiencia reducida y la irracionalidad que caracterizan al capitalismo, con unas crisis crónicas que son de magnitudes cada vez mayores y que podrían conducirlo a una crisis terminal. El capitalismo es cada vez más dependiente de la abundancia y la escasez artificiales para su supervivencia, y éstas son esenciales para la extracción de beneficios; al mismo tiempo, la capacidad que tiene el Estado de proporcionarlas está alcanzado sus límites e iniciando el declive. De ahí que nos encontremos ante una crisis de sostenibilidad.

Cuando una empresa consume un factor de producción determinado, requerirá cantidades crecientes del mismo a medida que lo vaya sustituyendo por otros factores, lo cual constituye un problema. Al mismo tiempo, el capitalismo tiende a experimentar a largo plazo crisis de sobreinversiones y exceso de capacidad, déficit en la demanda y disminución en las índices de beneficios orgánicos, lo que ha venido ocurriendo desde las depresiones registradas en el siglo XIX.

Ello supone que las subvenciones estatales y las cantidades de productos materiales subsidiados vayan en aumento para así mantener de manera artificial la rentabilidad económica de las grandes empresas. Tal como lo señala James O’Connor en Fiscal Crisis of the State, el Estado se ve obligado a subvencionar una proporción cada vez mayor de los costes operativos del capital a fin de evitar las crisis económicas.

Esto ocasiona dos formas de crisis de recursos. La primera es la “crisis fiscal del Estado” (como señala el título del libro de O’Connor), en la que el Estado debe asumir déficits e incurrir en deudas cada vez mayores para poder satisfacer la demanda de educación subvencionada, infraestructuras de transporte y guerras imperiales externas. Naturalmente, los déficits crecientes son necesarios por derecho propio, pues estimulan la demanda agregada y permiten contrarrestar la crisis crónica ocasionada por el exceso de capacidad. Y a su turno, la deuda que va en aumento es adquirida por las clases rentistas, lo cual les permite absorber enormes cantidades en concepto del excedente del capital de inversión, que de otro modo no generaría ganancias.

Tal como ha ocurrido con todas las sociedades de clase que lo precedieron, el capitalismo ha dependido de la escasez artificial desde sus inicios. La escasez incluye también cualquiera de las formas de derecho de propiedad que se erigen en obstáculos entre el trabajo y las oportunidades naturales de producción, de manera que los productores se ven obligados a trabajar más de lo necesario para su propio sustento y también para el de las clases privilegiadas. El capitalismo es heredero de los derechos artificiales de propiedad de la tierra que caracterizaban a los sistemas de explotación precedentes; las tierras desocupadas y sin abonar eran absorbidas y acotadas de manera continuada; solo podían ser cultivadas mediante el pago de un tributo, o bien se designaba una oligarquía terrateniente que supervisaba a los agricultores.

El obstáculo de los requisitos normativos de entrada también constituye una forma de escasez artificial, pues impone unos desembolsos de capital innecesarios como condición para la producción, o limita el número de productores. 
Estas normas imponen unos mínimos artificiales que están por debajo del coste de subsistencia, límites a la competencia entre productores que facilitan la administración de precios, y restricciones a la competencia en la emisión de créditos o de moneda, lo cual permite a sus administradores cobrar precios de usura por ellos. La llamada “propiedad intelectual” es quizá la modalidad más destacada de la escasez artificial que existe hoy en día; constituye un monopolio legal sobre el derecho a realizar ciertas tareas o utilizar un conocimiento determinado, y no ya un monopolio de los medios de producción en sí mismos.

Como ocurre con la abundancia artificial, también la escasez artificial es cada vez más insostenible. Las industrias culturales ven con consternación que los derechos de autor por sus contenidos originales son cada vez menos exigibles por ley. Y la implosión de los desembolsos de capital necesarios para la manufactura o para hacer viable la producción a pequeña escala, unido a la facilidad para compartir archivos CAD/CAM, ha elevado los costes de cualquier operación de protección de las patentes industriales hasta niveles insostenibles. Técnicas de cultivo intensivo de la tierra como el permacultivo son mucho más eficientes que las técnicas agroindustriales en términos de productividad por acre, lo cual reduce la necesidad de disponer de grandes extensiones de tierra (y su valor) para la producción de alimento. Asimismo, la explosión de las tecnologías de construcción autóctonas, en combinación con el agotamiento de recursos fiscales en los Estados que imponen unas normas legales para la 
recalificación de terrenos y unas normativas para la construcción, nos indican que la imposición de costes artificiales para tener una subsistencia confortable se está haciendo igualmente insostenible.

Conforme el capitalismo llega a esta crisis terminal, está generando el nuevo sistema que le sucederá, mediante unas clases que serán encargadas de darle sepultura y que surgen de los propios intersticios del capitalismo terminal. Tal y como ocurrió con la economía esclavista del período clásico y del feudalismo, la economía política del capitalismo está llegando a unos niveles de crisis de los inputs de recursos extensivos que conducirán a que éste sea reemplazado por otro sistema capaz de conseguir un uso intensivo de los inputs de recursos de maneras novedosas. Se trata de la fase de transición que contempla un “Éxodo” muy parecido al imaginado por Negri y Hardt.





[1] Amador Fernández-Savater, "John Holloway: cracking capitalism vs. the state option," ROAR Magazine, September 29, 2015 < https://roarmag.org/essays/john-holloway-cracking-capitalism-vs-the-state-option/ >.
[2] Ibíd.
[3] Ibíd.
[4] Ibíd.
[5] Negri y Hardt, Commonwealth, pág. 294.
[6] Guy Standing, A Precariat Charter: From Denizens to Citizens (London, New Delhi, New York, Sydney: Bloomsbury, 2014), pág.16.
[7] Ibíd. págs. 17-18
[8] Michel Bauwens y Franco Iacomella, "Peer to Peer Economy and New Civilization Centered Around the Sustenance of the Commons" en David Bollier y Silke Helfrich, eds., The Wealth of the Commons: A World Beyond Market and State (Levellers Press, 2013).

28 abril 2016

Lecturas sobre la utopía tecnológica (y II)

Ofrecemos aquí una traducción con las ideas más resaltantes del artículo de Kevin Carson sobre las diferentes corrientes y teorías propuestas a partir del concepto de “tecno utopía”, recientemente publicado en inglés. Carson es investigador senior de la escuela anarquista del Center for a Stateless Society, y escribe habitualmente en el blog de la Fundación P2P.

Las categorías de la utopía tecnológica de izquierdas



En su evaluación de los diversos enfoques marxistas relativos a la tecnología cibernética, Dyer-Witheford identifica varias escuelas de análisis que podrían ser cuando menos consideradas como socialistas o de izquierdas.

Los “socialistas científicos”, o la nueva ortodoxia marxista, celebran el potencial liberador de la tecnología en tanto que esta hace evidente la insostenibilidad del capitalismo y al mismo tiempo ofrece los elementos constitutivos de una sociedad poscapitalista de la abundancia. Pero Dyer-Witheford advierte en ello un defecto: la tendencia a un determinismo tecnológico que reduce a su mínima expresión la capacidad de acción de la clase trabajadora y del papel fundamental que esta juega en la emancipación de las personas. Más bien consideran que la transición va a ser impulsada de un modo casi inevitable por las fuerzas o las relaciones sociales de producción.[1]

Un segundo hilo argumental del pensamiento marxista sobre la alta tecnología es ofrecido por los pesimistas o neoluditas, para quienes la tecnología es en sí misma un sistema de control totalizador. Entre estos se encuentran las teorías sobre la disciplina de trabajo de Braverman y Marglin así como los estudios de David Noble sobre la mecatrónica de control numérico. También para los teóricos de la cultura como Marcuse y los analistas de los medios de comunicación como Herbert Schiller, el control de las comunicaciones ejercido por las corporaciones constituye una fuerza totalitaria que cierra el paso a cualquier posibilidad de hacer una crítica.

Luditas del siglo XIX, Wikimedia
Por definición, la clase dirigente siempre selecciona, de entre las alternativas tecnológicas, aquella que mejor sirva a sus intereses; de ello se sigue que la necesidad de control de la clase dirigente se estructura sobre cualquiera de las tecnologías al uso y que estas son explotadoras por naturaleza. Para Dyer-Witheford este enfoque es útil porque la utopía tecnológica capitalista termina por hacer evidente la verdadera agenda de clase del proyecto aun cuando éste aparente ser un proyecto de suma positiva y neutral en cuanto a clase.

Sin embargo, son mucho más significativos los defectos de este enfoque, pues equipara “las intenciones y las capacidades del capitalismo” e “ignora las consecuencias de las contraestrategias y las resistencias de los trabajadores”; y en especial, pasa por alto “la posibilidad muy particularmente en el campo de las tecnologías de la información y la comunicación— de que los asalariados sujetos al capital puedan encontrar en las nuevas tecnologías un valor de uso real, e incluso subversivo.” (Ibid., pp. 53-54.) Esto último quedaría agudizado por el abaratamiento y el carácter efímero de la (re)producción de las nuevas tecnologías de la comunicación, y por la desaparición de barreras de acceso a (cuando menos) las condiciones materiales que permiten una producción directa y controlada por parte de los propios productores.

El hilo argumental de izquierdas que se asemeja más a la teoría liberal-capitalista de la “sociedad de la información” (el posfordismo) puede ser compartido también por los marxistas, aunque esta no sea una teoría marxista en sí misma, ya que algunas de sus áreas quedan difuminadas en los modelos del capitalismo liberal. Los posfordistas incluyen a Michel Piore y a Charles Sabel, autores de La segunda ruptura industrial (1990), aunque para Dyer-Witheford estos evocan más las ideas de Proudhon que las de Marx.

Otros posfordistas más optimistas también coinciden con los entusiastas liberal-capitalistas de la “sociedad de la información” cuando restan importancia al alcance de las cadenas posfordistas de organización industrial y de oferta y distribución en red que han sido integradas en el marco institucional del capitalismo de las corporaciones, quedando así sujetas a la lógica de la explotación laboral y de la austeridad neoliberal. Incluso los posfordistas con referentes marxistas tienden a restarle importancia al conflicto de clase y a las condiciones del capitalismo tardío;  en cambio, describen una sociedad poscapitalista que en gran medida emerge en términos pacíficos y evolutivos.

* * *

Dyer-Witheford muestra su preferencia por el autonomismo marxista como un modelo de transición hacia una sociedad poscapitalista de alta tecnología. El autonomismo pone el acento en el papel activo de la clase trabajadora como sujeto creativo de la lucha revolucionaria que interviene en la creación de los fundamentos para una sociedad nueva.


Lejos de ser un objeto pasivo de los designios del capitalismo, el trabajador es en realidad un sujeto de producción activo, una fuente inagotable de las habilidades, la innovación y la cooperación de las cuales depende el capitalismo. El capital intenta incorporar el trabajo como un objeto o un componente del ciclo de extracción de valor que le es propio, y en forma de fuerza laboral. Pero esta inclusión es siempre parcial y nunca queda del todo realizada. Los sujetos trabajadores se resisten a ser reducidos por el capital, y para este, el trabajo es siempre un “otro” problemático que debe ser permanentemente controlado y sometido, una alteridad que por su parte elude y desafía las órdenes con persistencia.[2]

Para los autonomistas, los trabajadores “no son solamente víctimas del cambio tecnológico sino agentes activos en continua lucha frente a los intentos de ser controlados”. Y la “capacidad de inventiva” constituye uno de los aspectos más importantes de esta disputa; mediante la capacidad para ser creativos, de la cual depende el capitalismo para garantizar su espíritu innovador, los trabajadores pueden reapropiarse de la tecnología.

Otro tema relacionado con el autonomismo es el del régimen de propiedad social de las relaciones de los trabajadores, que actualmente constituye la fuente principal del capitalismo productivo, a medida que el capital físico disminuye su importancia en relación con el capital humano y la producción en red adquiere un carácter horizontal. Al mismo tiempo, las fronteras existentes entre este proceso de producción cada vez más socializado y los demás ámbitos de la vida —el consumo, la vida familiar, la formación permanente y la reproducción de la fuerza de trabajo—quedan cada vez más difuminadas.

Nodos del 15M, Juan Luis Sánchez


El carácter central de las redes de comunicación e información adquiere un protagonismo cada vez mayor en todas las áreas de la producción, y gracias a la penetración de la cultura en red en todo el ámbito cultural, quedan integradas en la vida cotidiana del trabajador.

Este sistema de “máquinas sociales” contribuye a la creación de un ambiente cotidiano cuyo potencial debe ser explorado y aprovechado. La elaboración y alteración de este hábitat provocan una socialización tan generalizada que no puede ser ya exclusivamente dictada por el capital.[3] 

Si en el pasado el “capital” era costoso en tanto que era poseído físicamente por un propietario ausente que pagaba a sus trabajadores por laborar en un centro de trabajo al que estos debían desplazarse, hoy son las relaciones sociales y las competencias de los trabajadores las que han devenido en la forma principal del capital, y los trabajadores están en posesión directa de una parte más grande de los prerrequisitos para la producción.

Dyer-Witheford analiza el enfoque que hace Antonio Negri de Marx basándose en sus escritos anteriores a El Capital. Se trata de las notas a los Grundrisse (Elementos fundamentales para la crítica de la economía política), en las que el antagonismo de clase es considerado en el marco de una clase trabajadora vista como un sujeto revolucionario, como elemento constitutivo de la sociedad comunista, y asimismo, en su papel histórico de abolir la categoría conceptual “trabajo” tal y como existe actualmente. A diferencia de la vieja izquierda, que consideraba El capital como la obra cumbre del sistema teórico marxista, Negri considera que el análisis del trabajo contenido en Grundrisse abarcaba un campo más extenso que debía vincular “la crítica que hace Marx del salario con su definición revolucionaria del comunismo y la subjetividad comunista”.[4]

El dinamismo de carácter abierto que caracteriza al “sistema” de Marx se centra de manera directa e integral en la identificación de las relaciones existentes entre las crisis y la emergencia de la subjetividad revolucionaria… En este sentido, los Grundrisse constituyen quizá el texto marxista más importante, tal vez el único, que trata la cuestión de la transición, y resulta curioso que entre el sinnúmero de posturas publicadas sobre el tema, esto haya sido pasado por alto.

Negri sostiene que para analizar la clase trabajadora en términos de una “subjetividad revolucionaria” y del papel que cumple en esta transición, es preciso detenernos en la clase trabajadora tal como existe hoy en día, en cómo ésta ejerce su voluntad (capacidad de acción) a través de unas prácticas, actividades y formas de organización, y en la manera en que dichas prácticas y formas de organización prefiguran o forman el núcleo de la sociedad comunista de futura creación.


Volviendo al análisis de Dyer-Witheford sobre la subjetividad revolucionaria, podemos entonces afirmar que la forma principal de la revolución deja de ser la toma de la fábrica y, que esta es reemplazada por el “éxodo” (utilizando el término empleado por Antonio Negri y Michael Hardt, los autonomistas más destacados). Es viable comprometerse con una proporción mayor de la producción de las necesidades de la vida cotidiana en la esfera social, en el autoabastecimiento de la economía informal, por medio de la producción entre iguales basada en el procomún, o por medio de un trabajo cooperativo en el que los trabajadores hacen uso de tecnologías asequibles desde sus propios hogares y establecimientos. De este modo, las relaciones sociales que han sido delimitadas por el capital para obtener de ellas unos beneficios quedan expuestas a su reutilización en forma de instituciones alternativas. Y puesto que la “fábrica social” es inmaterial y se infiltra en todos los aspectos de la vida cotidiana, ya no es necesario tomar posesión de ella físicamente.



Al igual que Negri, Dyer-Witheford se refiere a las “capacidades comunicacionales y las competencias tecnológicas de los trabajadores”, las cuales son propias (de un modo “virtual”) de la fuerza de trabajo contingente o desempleada. Estas no son tanto el producto de una formación o un ambiente de trabajo específicos sino que constituyen la premisa y condición indispensable de una vida cotidiana que transcurre en un sistema técnico-científico cada vez más integrado e influido por las máquinas y los medios de comunicación.



Según Negri, la comunicación científica y la comunicación del conocimiento constituyen la materia prima básica (adecuada a una fuerza de trabajo intelectual y creativa) que permite alcanzar una productividad de muy alto nivel. El capital debe “apropiarse de las comunicaciones para poder extraer los beneficios derivados de las relaciones de cooperación entre trabajadores. Y esta expropiación de las comunicaciones se superpone a toda capacidad autónoma de generar conocimiento. Ahora bien, para que el capital pueda “anticipar, organizar y subsumir todas las formas de cooperación laboral que se manifiestan en la sociedad”, debe difundir unas herramientas informáticas de producción entre los trabajadores. Las habilidades y las relaciones sociales de las cuales se beneficia el capital quedan integradas inseparablemente de la mente y la personalidad del trabajador. A diferencia de lo que ocurría en el espacio de la fábrica, donde los directores podían inspeccionar las fiambreras de los trabajadores a la salida del turno de trabajo para evitar que estos sustrajeran piezas o herramientas, hoy no sería posible obligar al trabajador a dejar una copia de sus conocimientos y habilidades en el ordenador central (mainframe) de la empresa antes de finalizar su jornada. Tal y como lo describe Dyer-Witheford:


Al suministrar información para la producción, el capital parece aumentar sus capacidades de control, pero al mismo tiempo estimula unas capacidades  que pueden escapar a su control, creando una dinámica de filtraciones poco importantes, pero que pueden también subvertir la acumulación de ganancias.[5]

Son muchas las áreas de producción en las que las herramientas de comunicación y de procesamiento de datos empleadas en el lugar de trabajo se confunden cada vez más con las herramientas de las redes sociales como Twitter, principalmente desarrolladas para ser utilizadas fuera del trabajo; actualmente los impulsores de la “Wiki empresa” o la “empresa 2.0” las utilizan para coordinar la producción desde el lugar de trabajo. Al mismo tiempo, son cada vez más productivas las utilidades de escritorio en régimen de software libre o aquellas basadas en el uso por navegador (browser-based). Y esto ha hecho posible que “la brecha entre lo que puede conseguirse desde el hogar y lo que puede conseguirse en un entorno de trabajo haya sido superada de manera espectacular en los últimos quince años”.[6]
El sencillo esquema del circuito del capital (producción y circulación) dibujado por Marx en su tiempo se ha expandido hasta abarcar a la sociedad prácticamente en su totalidad, incluyendo la reproducción de la naturaleza y de la fuerza de trabajo, o lo que es lo mismo, la “fábrica social”. Dyer-Witheford observa que el mapa del circuito del capital, con su característico control a través de los procesos automatizados y las soluciones cibernéticas, también hace evidentes los puntos más vulnerables del capitalismo:

La cartografía de los circuitos del capital revela no solo su fortaleza sino también sus debilidades. Al quedar marcados los nodos y las conexiones requeridas para la circulación del capital también quedan registrados los posibles puntos de ruptura de la continuidad. Vemos continuamente a personas oponiéndose a la disciplina tecnológica, bien a través del rechazo o bien de la reapropiación; estas luchas se multiplican en toda la órbita del capital; los conflictos que ocurren en un momento determinado precipitan las crisis posteriores; los activistas hacen uso de las mismas máquinas con las que el capital integra sus operaciones, y lo hacen con el fin de poder conectarse en sus diversas rebeliones. Muy particularmente, el desarrollo de los nuevos medios de comunicación, que son esenciales para la circulación en el circuito del capital (especialmente las redes informáticas), también consigue conectar unos puntos de insurgencia que de otro modo estarían aislados y dispersos. Así, el circuito del capital altamente tecnificado también ofrece unas vías para la circulación de las luchas.[7]
…En el capitalismo virtual, el lugar físico en donde la producción se realiza no puede ser considerado un terreno “privilegiado” de lucha; más bien, es la sociedad en su totalidad la que se transforma en un lugar de trabajo interconectado, pero también en un terreno potencial para la interrupción del circuito integrado del capital.[8]

En este reconfiguración de los movimientos sociales, es posible observar la tendencia —ya anunciada por Dyer-Witheford— hacia unas luchas organizadas en red y unas campañas de ideas abarcadoras que en lugar de enfocarse particularmente en el lugar de trabajo se extienden a la fábrica social en su conjunto.

Las 10 mareas del cambio en España
Las organizaciones de trabajadores están ensayando la formación de coaliciones con otros movimientos sociales que también se enfrentan al orden de las corporaciones en temas como el bienestar social, la erradicación de la pobreza, los derechos de los estudiantes y los consumidores, así como la agenda de los grupos ambientalistas. Como consecuencia de ello, se producen combinatorias de oposición en las que, por ejemplo, empleados de una compañía telefónica se unen a ciudadanos de la tercera edad, o pertenecientes a alguna minoría, o grupos de consumidores, con el fin de rechazar la subida de las tarifas; ello ocurre también en los movimientos a favor de los sindicatos en los guetos de la industria de la comida rápida o de la moda, a medida que estos se entrelazan con las campañas contra el racismo y la persecución de los inmigrantes... [Este tipo de alianzas] amplía las fronteras de las políticas “laborales” oficiales, de tal manera que la capacidad de acción o de respuesta movilizada contra el capital dejan de definirse como una sindicato organizado desde el lugar del trabajo para convertirse en una “alianza entre el trabajo y la comunidad” caracterizada por un espectro más amplio de demandas e intereses.[9]

Es importante señalar que la trilogía Imperio escrita por Antonio Negri y Michael Hardt es considerada como una obra maestra de la tradición autonomista. El concepto de “éxodo”, en particular, que es desarrollado en el tercer libro (Commonwealth) de la trilogía, es fruto de las ideas que Negri expuso anteriormente, así como de otros trabajos de Dyer-Witheford anteriores a Cyber Marx.



Pero Negri se retractó en cierta medida del enfoque que empleó en Exodus, argumentando lo que a mi modo de ver constituye una supuesta lección aprendida tras el aparente “fracaso” de los movimientos no jerárquicos como los del 15-M, la Plaza Sintagma y Occupy Wall Street; Negri criticó, en una entrevista realizada en el 2015, “el horizontalismo exclusivo” de los movimientos que fueron creados en el 2011; en su opinión, era necesario un cambio de enfoque, orientado hacia la toma del poder, “basándonos en una interpretación actualizada de la cuestión del poder en términos de las multitudes o de una democracia absoluta, es decir, una democracia que va más allá de las formas institucionales canónicas como son las de la monarquía, la aristocracia o la “democracia formal”. Creo que el problema de la democracia queda mejor planteado y abordado en términos de la multitud”.[10]



Sería fundamentalmente errado calificar la ola de movimientos que tuvieron su inicio en el año 2011 como un “fracaso”.  Basándose en la idea del “ciclo internacional de luchas”, Negri sitúa el momento inaugural del nuevo ciclo en los sucesos de Seattle/OMC a finales de la década de 1990, tras lo cual se suceden “repentinamente una serie de revueltas: contra los programas de austeridad del FMI en un país determinado; protestas por un proyecto del Banco Mundial en otro; y nuevas manifestaciones de rechazo a los tratados NAFTA en un tercero”. Es posible percibir en este ciclo global un patrón de distribución de la multitud en red. Las revueltas de Argentina tras su crisis económica en 2000 y 2001, por ejemplo, tuvieron su origen en este acervo común del ciclo global de luchas:

El ciclo global de luchas se desarrolla en forma de una red dinámica en la que cada lucha local funciona como un nodo que se comunica con todos los demás nodos, sin que por ello exista un centro neurálgico o de inteligencia. Cada una de las luchas mantiene su carácter diferencial, con sus condiciones locales, y al mismo tiempo, se encuentra inmersa en una red común. Esta forma de organización constituye el ejemplo más acabado de lo que denominamos la multitud.[11]

Para David Graeber e Immanuel Wallerstein, los diversos movimientos surgidos después del levantamiento zapatista del EZLN en 1994 conforman un “ciclo revolucionario” o una “cuarta guerra mundial”; y en opinión de Wallerstein, estos son “el principio de una contraofensiva de la izquierda mundial, que se enfrenta a los éxitos relativamente efímeros que la derecha mundial podía presentar desde la década de 1970 hasta 1994.[12]


Por eso, antes de preguntarse lo que ocurrió con Occupy Wall Street o con el 15-M (como si se tratara de entidades discretas que tienen un principio y un fin determinados), tiene más sentido pensar en una trayectoria completa de los movimientos, en la cual estarían comprendidas la Primavera árabe, el 15-M, la Plaza Sintagma, Madison, Occupy, Quebec, y la huelga general del 14-N, entre otros, como una forma de una red mundial e informal de movimientos en red asociados entre sí que continuamente lanzan nuevas consignas bajo nombres de reciente creación hasta que parecen apagarse al cabo de un tiempo. Pero cada vez que surge algo nuevo, tanto si ocurre en el mismo país como en otro situado en el otro extremo del planeta, la nueva manifestación se articula sobre la base de una misma infraestructura y con el mismo capital social que el de los movimientos que le precedieron. Dicho proceso está gráficamente representado por la espiral en lugar de un simple círculo, pues cada nueva manifestación trasciende el movimiento anterior.


Por su parte, John Holloway resta importancia a la cuestión de la continuidad institucional o la persistencia en cualquier movimiento. Antes de poder romper por completo con el capital, Holloway sugiere una forma de “resquebrajarlo” en diversos lugares y momentos de crisis, de modo que se produjesen una suerte de grietas. Se trataría de revueltas populares como las ocurridas en Argentina en 2001-2002, que fueron impactantemente retratadas por Marina Sitrin en su libro Everyday Revolutions, y que hoy también vemos reproducirse en el sur de Europa. Sin embargo, aún queda por ver si sería posible mantener abiertas estas grietas una vez que hayan pasado los tiempos de crisis; o si esta clase de autoorganización autónoma y popular estaría siempre destinada a ser un movimiento que surge en tiempos de crisis para después quedar fagocitado por un capitalismo de estado de tipo populista al estilo del kirchnerismo.


Holloway opina que existe una acumulación de la experiencia y también una conciencia que va en aumento y que ésta se extiende de país en país, en el sentido de constatar que el capitalismo sencillamente no funciona y que se encuentra en serios problemas. La gente en Grecia, por ejemplo, se fija en [lo ocurrido en] Argentina y reconoce la importancia de esas experiencias que tuvieron lugar hace una década. Por su parte, los argentinos, aun cuando ellos hayan progresado económicamente, ven lo que ocurre en Grecia y constatan que el capitalismo es inestable. Las fallas del capitalismo se muestran una y otra vez en los lugares más diversos:
Lo que no me gusta de la idea de perpetuar un movimiento es que este deba ocurrir como una fuerza que progresa de abajo hacia arriba. No me parece que funcione de este modo. Creo más bien que se trata de una corriente social de rebeldía que se desplaza por el mundo entero y que entra alternativamente en ebullición en determinados lugares. Pero se pueden ver continuidades por debajo de las discontinuidades. Se requiere pensar más bien en unos movimientos que lo trastocan todo con su efervescencia y no tanto en hasta qué punto estos movimientos podrían perpetuarse en un lugar determinado. Si se piensa en términos de perpetuar [el movimiento] en un único lugar, entonces es posible que ello nos conduzca bien a la institucionalización (lo cual no creo que sea muy útil) o bien a sumirnos en un espíritu de derrota, que no me parece  que sea el correcto.[13]
 
JLu Sánchez, 15M en Madrid, 2011
David Graeber señala que lo más importante es recordar que “cuando los horizontes políticos de las personas se ven ampliados, el cambio resultante es permanente”:
Cientos de miles de personas en EE UU (y por supuesto también en Grecia, España y Túnez) tienen ahora experiencia de primera mano en la autoorganización, la acción colectiva y la solidaridad humanas. Esto hace que sea casi imposible volver a la vida anterior y ver las cosas del mismo modo. Mientras las élites financieras y políticas se deslizan ciegamente hacia una nueva crisis de las mismas dimensiones a la ocurrida en 2008, nosotros seguimos activos ocupando inmuebles, granjas, viviendas en ejecución hipotecaria y lugares de trabajo permanente o temporal; organizando huelgas de aparceros, seminarios y asambleas de deudores; con todo ello estamos sentando las bases de una auténtica cultura democrática e introduciendo las competencias, hábitos y experiencias que permitirán el nacimiento de una concepción de la política absolutamente novedosa.[14]

Y no menos importante sería preguntarnos por la clase de “éxito” que podría alcanzarse al añadir una cuota del verticalismo propio de todo movimiento electoral a la efervescencia de unos movimientos predominantemente horizontales. Cierto es que podríamos, en apariencia, creer en la idea de complementar los movimientos no jerárquicos basados en una política prefigurativa y contra institucional (o antisistema) con unos partidos políticos auxiliares que tengan como objetivo la captura del Estado y la intervención política con el fin último de construir una nueva sociedad dentro de las viejas estructuras, o quizás el de asistir en un proceso de transición. Pero el problema de todo esto es que, en la práctica, estos partidos políticos terminan por absorber la energía y la vitalidad de los esfuerzos contra institucionales de la sociedad civil, haciendo que estos sean canalizados y sustituidos por la política parlamentaria Y lo que es peor, cuando los partidos políticos originados en los movimientos no jerárquicos logran una cuota de poder en las instituciones del Estado (como ocurrió con Syriza en Grecia), en la práctica son responsables de sabotear los esfuerzos de los movimientos o dilapidar los logros alcanzados en el terreno con el fin de llegar a un acuerdo “realista” con el Estado capitalista.[15]



[1] Dyer-Witheford, Nick Dyer-Witheford, Cyber-Marx: Cycles and Circuits of Struggle in High-Technology Capitalism, Urbana and Chicago, University of Illinois Press, 1999, pp. 43-47.
[2] Dyer-Witheford, p. 65
[3] Ibid., p. 84
[4] Antonio Negri, "Marx Beyond Marx: Working Notes on the Grundrisse (1979)," in Antonio Negri, Revolution Retrieved: Writings on Marx, Keynes, Capitalist Crisis and New Social Subjects, 1967-1983. Volume 1 of the Red Notes Italian Archive. Introductory Notes by John Merrington (London: Red Notes, 1988), p. 166.
[5] Dyer-Witheford, p. 85.
[6] Tom Coates, "(Weblogs and) The Mass Amateurisation of (Nearly) Everything..." Plasticbag.org, September 3, 2003.
[7] Dyer-Witheford, pp. 97-99.
[8] Dyer-Witheford, p. 129.
[9] Ibid.
[10] "Toni Negri: from the refusal of labor to the seizure of power," ROAR Magazine, January 18, 2015.
[11] Antonio Negri and Michael Hardt, Multitude: War and Democracy in an Age of Empire (Penguin, 2004), pp. 213-217.
[12] David Graeber, "Situating Occupy Lessons from the Revolutionary Past," InterActivist Info Exchange, December 4, 2011; Immanuel Wallerstein, “The Neo-Zapatistas: Twenty Years After,” Immanuel Wallerstein, May 1, 2014 .
[13] Jerome Roos, “Talking About a Revolution With John Holloway,” John Holloway, April 13, 2013.
[14] Graeber, The Democracy Project, xix-xx.
[15] P2P Blog, Syriza did not Support the Commons