El profesor Jordi Llovet publica semanalmente su columna Marginalia en la edición catalana del suplemento cultural Quaderns, del diario El País. Cada entrega es un ejemplo de concisión periodística, con brillantes comentarios sobre la literatura universal vinculados al panorama editorial de Barcelona y los últimos títulos que allí se publican.
Ofrecemos aquí una traducción de su artículo sobre el mal de No voler escriure, aparecido originalmente en catalán en la edición del 13 de febrero de 2014.
No querer escribir
Jordi Llovet
El mal de no desear escribir
ni una sola línea es relativamente moderno: podría situarse en plena crisis
romántica, cuando los teóricos de la literatura postularon el rechazo de las
retóricas y las poéticas de la tradición clásica en
defensa de una mezcla excesivamente laxa de los géneros literarios. Y
especialmente, al proscribir el lema igualmente clásico del ut pictura poesis [i] se adentraron en una
indecorosa exposición del yo –por supuesto, este yo debía ser hallado antes, algo que John Keats, por ejemplo,
consideraba del todo imposible: “El poeta no tiene identidad”, decía-- . En
definitiva, [los teóricos] depositaron en la
subjetividad todo aquello que el
clasicismo siempre había delegado en la objetividad, la realidad y las cosas
palpables, que son ellas mismas pre espirituales si así puede decirse. Añadamos
a ello un factor de gran importancia: cuando la burguesía ascendió tanto en los
talleres del arte como como en los salones de lectura, se produjo un dinamismo
editorial que no se había visto desde la época de la impresión de libros
religiosos en los siglos XVI y XVII, o de panfletos políticos (Voltaire) en el
siglo XVIII.
Preservada de todo peligro
durante todo el siglo XIX a causa de su anclaje en la materia verbal, la
literatura sobrevivió en unos parámetros realistas que hasta hoy día nos
sorprenden y nos producen satisfacción. Por el contrario, el arte pictórico
inició una carrera –tal vez inaugurada por Turner, y después multiplicada por
todos los ismos que ya conocemos,
desde los intencionales hasta los expresivos--
que acabó, como todo el mundo sabe, en una suerte de juegos
olímpicos que pueden resumirse en unas
pocas palabras: “A ver quién salta más lejos” . Como decíamos,
a pesar de los vanguardismos y los superrealismos, la literatura nunca dejo de
estar bajo las leyes de la mímesis, tan estimada por Eric Auerbach: en medio de
las turbulencias de la modernidad del primer cuarto del siglo, ni Thomas Mann
ni Franz Kafka dejaron de inclinarse ante el prestigio de Theodor Fontane o de
Charles Dickens, respectivamente. Estos invitaban y aun invitan a todos [a participar] en la mesa de la creación.
Pero es cierto que la
literatura también fue tocada desde inicios del siglo XX por el anhelo de hacer
alguna cosa “nunca vista”. Así vieron la luz las grandes obras de Proust, de
Virginia Woolf, de Robert Musil o de Joyce: los ingleses los llaman modernists en alusión a ese afán de
estar siempre al día. Y es así que en vista de
la producción de todos estos monstruos, los escritores lo tuvieron muy difícil.
Como el eco de una frase de Melville que sirve para otra cosa, más bien ligada
a la burocracia y el capitalismo, --I
would prefer not to-- muchos
escritores se vieron literalmente apartados de su alma mater, la madre nutricia del espíritu.
Así proliferaron los casos
de silencios anunciados, deseados, profetizados o autoimpuestos: desde
Hofmannsthal (Carta de lord Chandos)
hasta Marcel Bénabou (Por qué no he
escrito ninguno de mis libros),
Jacques Vaché o Félicien Marboeuf , pasando por Gide (Paludes), Valéry (Monsieur
Teste) y hasta Thomas Mann (Tonio
Kröger y Doktor Faustus); también
por Marcel Duchamp, como emblema del artista que prefería limitarse al arte de
respirar el aire, que está en todas partes y es gratuito, antes que quemarse
las pestañas inventándose una nueva Mariée
mise à nu…
De este fenómeno habla un
libro magnífico de Jean-Yves Jouannais, amigo de Enrique Vila-Matas (et pour cause!) recién editado por
Acantilado: Artistas sin obra: “I would
prefer not to”, traducido por Carlos Ollo Razquin, Barcelona, 2014. El
libro de Jouannais podría inducir a
nuestros escritores hamletianos a dejar de escribir, pero más bien moverá a
reflexionar a los futuros escritores sobre las exigencias del arte en un momento histórico
en el que sobran escritores, faltan lectores, cierran editoriales y librerías
y, en general, todo se ha vuelto tecnológico y electrónico. Para decirlo en
palabras de Heidegger, hoy el reto está en “re espiritualizarse”. El terreno
del arte –escrito, musical o pictórico-- es el campo ideal para una tarea de
esta clase, para dejar de lado, con prudencia, la religión. Así, este libro
resumido a la perfección en el prólogo de Vila-Matas, debe ser considerado más
como un estímulo que como una traba a la creación. Pero eso sí: hoy más que
nunca, el arte está obligado a perseguir la perfección.
No hay comentarios:
Publicar un comentario