06 marzo 2014

No querer escribir

El profesor Jordi Llovet  publica semanalmente su columna Marginalia en la edición catalana del suplemento cultural Quaderns, del diario El País. Cada entrega es un  ejemplo de concisión periodística, con brillantes comentarios sobre la literatura universal vinculados al panorama editorial de Barcelona y los últimos títulos que allí se publican.
Ofrecemos aquí una traducción de su artículo sobre el mal de No voler escriure, aparecido originalmente en catalán en la edición del 13 de febrero de 2014.

No querer escribir
Jordi Llovet

El mal de no desear escribir ni una sola línea es relativamente moderno: podría situarse en plena crisis romántica, cuando los teóricos de la literatura postularon el rechazo de las retóricas y las poéticas de la tradición clásica en defensa de una mezcla excesivamente laxa de los géneros literarios. Y especialmente, al proscribir el lema igualmente clásico del ut pictura poesis [i] se adentraron en una indecorosa exposición del yo –por supuesto, este yo debía ser hallado antes, algo que John Keats, por ejemplo, consideraba del todo imposible: “El poeta no tiene identidad”, decía-- . En definitiva, [los teóricos] depositaron en la subjetividad  todo aquello que el clasicismo siempre había delegado en la objetividad, la realidad y las cosas palpables, que son ellas mismas pre espirituales si así puede decirse. Añadamos a ello un factor de gran importancia: cuando la burguesía ascendió tanto en los talleres del arte como como en los salones de lectura, se produjo un dinamismo editorial que no se había visto desde la época de la impresión de libros religiosos en los siglos XVI y XVII, o de panfletos políticos (Voltaire) en el siglo XVIII.

Preservada de todo peligro durante todo el siglo XIX a causa de su anclaje en la materia verbal, la literatura sobrevivió en unos parámetros realistas que hasta hoy día nos sorprenden y nos producen satisfacción. Por el contrario, el arte pictórico inició una carrera –tal vez inaugurada por Turner, y después multiplicada por todos los ismos que ya conocemos, desde los intencionales hasta los expresivos--  que acabó, como todo el mundo sabe, en una suerte de juegos olímpicos  que pueden resumirse en unas pocas palabras: “A ver quién salta más lejos” . Como decíamos, a pesar de los vanguardismos y los superrealismos, la literatura nunca dejo de estar bajo las leyes de la mímesis, tan estimada por Eric Auerbach: en medio de las turbulencias de la modernidad del primer cuarto del siglo, ni Thomas Mann ni Franz Kafka dejaron de inclinarse ante el prestigio de Theodor Fontane o de Charles Dickens, respectivamente. Estos invitaban y aun invitan a todos [a participar] en la mesa de la creación.
Pero es cierto que la literatura también fue tocada desde inicios del siglo XX por el anhelo de hacer alguna cosa “nunca vista”. Así vieron la luz las grandes obras de Proust, de Virginia Woolf, de Robert Musil o de Joyce: los ingleses los llaman modernists en alusión a ese afán de estar siempre al día. Y es así que en vista de la producción de todos estos monstruos, los escritores lo tuvieron muy difícil. Como el eco de una frase de Melville que sirve para otra cosa, más bien ligada a la burocracia y el capitalismo, --I would prefer not to--  muchos escritores se vieron literalmente apartados de su alma mater, la madre nutricia del espíritu.

Así proliferaron los casos de silencios anunciados, deseados, profetizados o autoimpuestos: desde Hofmannsthal (Carta de lord Chandos) hasta Marcel Bénabou (Por qué no he escrito ninguno de mis libros), Jacques Vaché o Félicien Marboeuf , pasando por Gide (Paludes), Valéry (Monsieur Teste) y hasta Thomas Mann (Tonio Kröger y Doktor Faustus); también por Marcel Duchamp, como emblema del artista que prefería limitarse al arte de respirar el aire, que está en todas partes y es gratuito, antes que quemarse las pestañas inventándose una nueva Mariée mise à nu

De este fenómeno habla un libro magnífico de Jean-Yves Jouannais, amigo de Enrique Vila-Matas (et pour cause!) recién editado por Acantilado: Artistas sin obra: “I would prefer not to”, traducido por Carlos Ollo Razquin, Barcelona, 2014. El libro de Jouannais  podría inducir a nuestros escritores hamletianos a dejar de escribir, pero más bien moverá a reflexionar a los futuros escritores  sobre las exigencias del arte en un momento histórico en el que sobran escritores, faltan lectores, cierran editoriales y librerías y, en general, todo se ha vuelto tecnológico y electrónico. Para decirlo en palabras de Heidegger, hoy el reto está en “re espiritualizarse”. El terreno del arte –escrito, musical o pictórico-- es el campo ideal para una tarea de esta clase, para dejar de lado, con prudencia, la religión. Así, este libro resumido a la perfección en el prólogo de Vila-Matas, debe ser considerado más como un estímulo que como una traba a la creación. Pero eso sí: hoy más que nunca, el arte está obligado a perseguir la perfección.




[i] N. del T.: Tópico horaciano que se traduce en español  como “La poesía como la pintura”.

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