En un tiempo en que el Estado ha perdido su papel compensador frente a la existencia de una economía de mercado hipertrofiada, lo común representa hoy la necesidad de reconstruir el espacio de los vínculos, las relaciones y los elementos que conforman lo colectivo (Subirats: 2016).
Dado que una mayoría de habitantes del planeta viven hoy en
grandes centros urbanos, las ciudades constituyen una representación concreta
de los comunes, aunque no debemos perder de vista el origen rural del concepto commons; en un principio éste designaba solo
las tierras o recursos comunitarios de las sociedades rurales.
Además de la
agregación de los bienes y recursos culturales al concepto, hoy también se
habla de los “comunes digitales”, un
término general que designa los recursos producidos por la sociedad de la
información y el conocimiento con el fin de ser compartidos en igualdad de
condiciones por todas las partes interesadas.
Invitado
por los organizadores del evento de SmartCities Expo BCN, David Bollier, autor de Pensar desde los comunes (TdeS, Madrid, 2016), hizo una reflexión sobre las ciudades como expresión de los comunes (otras veces también llamado “el
Procomún”).
Bollier
señala la dificultad de representar mentalmente la noción de los comunes: “muchas
personas piensan que el Estado y el mercado son los únicos ámbitos
significativos para actuar, ejercer el poder o gobernar. Pareciera que los
comunes fueran solo una especie de nube difusa que situamos por debajo del
Estado y el mercado. Pero, en realidad, los comunes tienen una definición
bastante sólida que crea una categoría propia, la cual opera a veces junto con
el Estado y el mercado, y otras veces lo hace de una manera menos estrecha”.
De
manera sucinta, los comunes se caracterizan por ser:
- Un sistema social destinado a la administración de recursos en el largo plazo, que preserva unos valores compartidos y la identidad de una comunidad.
- Un sistema auto organizado mediante el cual las comunidades gestionan sus recursos (tanto los no renovables como los renovables) con poca o ninguna intervención del mercado o el estado.
- La riqueza heredada o creada en comunidad, que debe ser transferida a las nuevas generaciones de un modo incrementado o sin merma. Los dones de la naturaleza, las infraestructuras civiles, los productos y tradiciones culturales y el conocimiento quedan comprendidos dentro de esta riqueza colectiva.
- Un sector de la economía y de la vida que genera valor de maneras no lo suficientemente apreciadas, y que son puestas en riesgo por el Estado-mercado.
Los comunes constituyen principalmente un sistema social en el cual todos cooperamos para gestionar de manera sostenible la riqueza compartida por la comunidad.
David Bollier durante su exposición en la SmartCities Expo de Barcelona, diciembre de 2016 |
Los
comunes tienen una soberanía propia que adquiere un sentido distinto de lo
colectivo entendido desde la esfera de lo institucional-público. Para eso
debemos entender la noción de enclosure
(cerramiento o privatización de la riqueza compartida) sobre la cual el
capitalismo ha basado su pulsión de acumulación y crecimiento infinito, la cual
crea “unas ciudades excesivamente construidas, comercializadas, desiguales e
injustas”.
Con
el capitalismo financiero hemos construido un sistema económico que privatiza y
convierte en mercancía cualquier bien resultante de la riqueza compartida.
Tenemos como ejemplos el caso del genoma humano, que ha sido ya patentado en un
20 por ciento por las grandes corporaciones, cerrando el paso a la innovación y
la investigación científica; o el de las aguas subterráneas y las que provienen
de ríos y lagos, que se están convirtiendo en agua embotellada con etiquetas,
lo cual tiene unas consecuencias ecológicas graves. Por último, Bollier señala
el movimiento de especulación inmobiliaria del capitalismo global, con los fondos
de inversión de China o los Emiratos que compran propiedades en las capitales
europeas y afectan el perfil de nuestras ciudades.
Los cerramientos del mercado están presentes hoy en todo mundo
El control de los datos
El
control privado de los datos públicos a partir del desarrollo de las redes y las
infraestructuras digitales está moldeando la economía de nuestro siglo. Por eso
Bollier se pregunta: ¿de qué manera podemos reclamar las ciudades como una
creación soberana de los comunes, y en tanto que colectivamente pobladas y construidas
a lo largo de la historia?
Lo
primero es detener el proceso de cerramiento o privatización que la doctrina
neoliberal impone a las infraestructuras, la vida social, el espacio público y
las redes y datos de nuestras ciudades. Debemos considerarlos como nuestros recursos urbanos esenciales, o como una riqueza compartida y
compartible. Ello permitirá la creación de un mayor valor a largo plazo (en
comparación con el modelo privatizador); y debemos empezar a ver que los
comunes son generadores de valor, y que lo hacen de maneras distintas a las de
una empresa privada propietaria de dichos recursos, para la cual su prioridad
es la captura de las rentas de monopolio; todo ello impide que una ciudad pueda
desprenderse de un modelo de negocios estrecho de miras que genera una fuertes dependencias
y que afecta su gobernanza.
Evolucionar del mero valor económico hacia un criterio más amplio que incluya el valor cívico, social y cultural, ¿es tan difícil?
El software libre
En
la economía del conocimiento, tenemos el ejemplo de las licencias de los
comunes, un modelo alternativo al de la propiedad intelectual aplicada en
sentido estricto, que permite compartir, copiar e intercambiar la producción
intelectual, y conseguir una creación de valor más intensa en términos de
creatividad, información y conocimiento. Actualmente se estima que existen más
de 1 200 millonesde licencias Creative Commons para
obras de información y creatividad [digital] distribuidas en más de 170 países
del mundo.
Lo
mismo ocurre con la revolución del software
libre y de código abierto, que cuenta con decenas de programas informáticos desarrollados con las contribuciones al código realizadas voluntariamente por la comunidad de programadores; los programas son a menudo el resultado de la colaboración con algunas empresas de software
propietario, lo cual pone en evidencia que la creación de valor puede ser un
proceso sinérgico en el que algunas partes implicadas pueden actuar desde el
mercado y otras desde la comunidad. Pero la revolución del código abierto está alcanzando
un nivel superior en el que es posible crear comunidades de diseño globales puestas
al servicio de la producción local (véase Farm Hack para tractores e innovación agrícola, la plataforma Wikispeed usada en la fabricación de coches y Arduino para obtener placas de circuitos electrónicos).
Los comunes generan valor a largo plazo
Por
otro lado, la importante cuestión del gobierno y la administración de nuestras
ciudades debería abordarse a partir de unos marcos de participación ciudadana
que den lugar a la creación de nuevas formas de gobierno, control y
responsabilidad. Para ello, la cultura
de la innovación ciudadana debe ser promovida y cultivada activamente tanto
desde las instituciones como desde el conjunto de la sociedad civil. Según
Bollier, la innovación tiene un aspecto tecnológico, pero es también de
carácter social, como queda ejemplificado en el cuidado y regeneración del Procomún urbano de la ciudad de Bolonia mediante
la constitución de una asociación público-comunal.
En
la región de Cataluña, los ateneos de fabricación (o Fab Labs) constituyen otro ejemplo de
cómo crear polos de producción local
para una economía pensada en clave regional. Bollier sostiene que los
comunes establecen una escala de valores totalmente diferente bajo la cual las
ciudades constituyen un sistema social vivo en el que las personas interactúan,
cada una como agente interdependiente y creativo.
La
ciudad de Nueva York ofrece también ejemplos de proyectos urbanos
autogestionados por la ciudadanía y con respaldo del gobierno municipal. Su
dinámico movimiento cooperativista ha desarrollado una economía colaborativa en
la que las plataformas digitales compartidas han llegado a establecer vínculos e intercambios con otras
regiones de EE UU.
Existen
también ejemplos de fideicomisos destinados al crédito a la vivienda o a las
tierras urbanas gracias a los cuales se han desarrollado jardines comunitarios
dedicados a la agricultura urbana; o los bien conocidos proyectos con
presupuesto participativo, que también destacan entre los casos de éxito en
este ámbito de la economía social.
¿Y la democracia de los comunes?
El
manejo democrático en la manera de hacer consultas, en los debates, las
decisiones y la formulación de políticas públicas también tiene un lugar
importante en los procesos de los comunes.
Santiago
Siri del Partido de la Red (Argentina) ha planteado la necesidad de haquear
las instituciones de gobierno, en el sentido de introducirse en los gobiernos
con la intención de mejorar nuestras ciudades. A través de un proyecto
financiado por la Democracy Earth Foundation
de San Franciso, California, Siri lideró la creación de Democracy OS (democracia como
sistema operativo), un software y combinador de código abierto para
elevar propuestas desde los comunes con la idea de debatirlas y someterlas a votación
para decidir su realización.
Siri
ha planteado el problema de la confianza cuando se actúa más allá de las
fronteras geográficas. ¿Qué pasa con la preservación de la identidad de los
votantes, y con la limpieza de los procesos electorales y de representación? Para
ello presentó el sistema Blockchain,
creado por Bitcoin, un registro digital incorruptible, descentralizado y
público que asegura la confianza mediante el voto encriptado.
Si
actualmente nuestras democracias representativas experimentan una situación de
parálisis, quizá una participación más dinámica, posibilitada por este sistema
de representación de reciente creación, nos permitiría evolucionar hacia una
“democracia delegativa” con mayores garantías, aunque todavía no se haya
probado su infalibilidad.