27 septiembre 2017

Teoría y praxis de los comunes





En un tiempo en que el Estado ha perdido su papel compensador frente a la existencia de una economía de mercado hipertrofiada, lo común representa hoy la necesidad de reconstruir el espacio de los vínculos, las relaciones y los elementos que conforman lo colectivo (Subirats: 2016). 







Dado que una mayoría de habitantes del planeta viven hoy en grandes centros urbanos, las ciudades constituyen una representación concreta de los comunes, aunque no debemos perder de vista el origen rural del concepto commons; en un principio éste designaba solo las tierras o recursos comunitarios de las sociedades rurales.

Además de la agregación de los bienes y recursos culturales al concepto, hoy también se habla de los “comunes digitales”, un término general que designa los recursos producidos por la sociedad de la información y el conocimiento con el fin de ser compartidos en igualdad de condiciones por todas las partes interesadas.

Invitado por los organizadores del evento de SmartCities Expo BCN, David Bollier, autor de Pensar desde los comunes (TdeS, Madrid, 2016), hizo una reflexión sobre las ciudades como expresión de los comunes (otras veces también llamado “el Procomún”).

Bollier señala la dificultad de representar mentalmente la noción de los comunes: “muchas personas piensan que el Estado y el mercado son los únicos ámbitos significativos para actuar, ejercer el poder o gobernar. Pareciera que los comunes fueran solo una especie de nube difusa que situamos por debajo del Estado y el mercado. Pero, en realidad, los comunes tienen una definición bastante sólida que crea una categoría propia, la cual opera a veces junto con el Estado y el mercado, y otras veces lo hace de una manera menos estrecha”.

De manera sucinta, los comunes se caracterizan por ser:

  •     Un sistema social destinado a la administración de recursos en el largo plazo, que preserva unos valores compartidos y la identidad de una comunidad.
  •     Un sistema auto organizado mediante el cual las comunidades gestionan sus recursos (tanto los no renovables como los renovables) con poca o ninguna intervención del mercado o el estado.
  •     La riqueza heredada o creada en comunidad, que debe ser transferida a las nuevas generaciones de un modo incrementado o sin merma. Los dones de la naturaleza, las infraestructuras civiles, los productos y tradiciones culturales y el conocimiento quedan comprendidos dentro de esta riqueza colectiva.
  •     Un sector de la economía y de la vida que genera valor de maneras no lo suficientemente apreciadas, y que son puestas en riesgo por el Estado-mercado.

Los comunes constituyen principalmente un sistema social en el cual todos cooperamos para gestionar de manera sostenible la riqueza compartida por la comunidad.

David Bollier durante su exposición en la SmartCities Expo de Barcelona, diciembre de 2016

Los comunes tienen una soberanía propia que adquiere un sentido distinto de lo colectivo entendido desde la esfera de lo institucional-público. Para eso debemos entender la noción de enclosure (cerramiento o privatización de la riqueza compartida) sobre la cual el capitalismo ha basado su pulsión de acumulación y crecimiento infinito, la cual crea “unas ciudades excesivamente construidas, comercializadas, desiguales e injustas”.

Con el capitalismo financiero hemos construido un sistema económico que privatiza y convierte en mercancía cualquier bien resultante de la riqueza compartida. Tenemos como ejemplos el caso del genoma humano, que ha sido ya patentado en un 20 por ciento por las grandes corporaciones, cerrando el paso a la innovación y la investigación científica; o el de las aguas subterráneas y las que provienen de ríos y lagos, que se están convirtiendo en agua embotellada con etiquetas, lo cual tiene unas consecuencias ecológicas graves. Por último, Bollier señala el movimiento de especulación inmobiliaria del capitalismo global, con los fondos de inversión de China o los Emiratos que compran propiedades en las capitales europeas y afectan el perfil de nuestras ciudades.

Los cerramientos del mercado están presentes hoy en todo mundo

El control de los datos

El control privado de los datos públicos a partir del desarrollo de las redes y las infraestructuras digitales está moldeando la economía de nuestro siglo. Por eso Bollier se pregunta: ¿de qué manera podemos reclamar las ciudades como una creación soberana de los comunes, y en tanto que colectivamente pobladas y construidas a lo largo de la historia?

Lo primero es detener el proceso de cerramiento o privatización que la doctrina neoliberal impone a las infraestructuras, la vida social, el espacio público y las redes y datos de nuestras ciudades. Debemos considerarlos como nuestros recursos urbanos esenciales, o como una riqueza compartida y compartible. Ello permitirá la creación de un mayor valor a largo plazo (en comparación con el modelo privatizador); y debemos empezar a ver que los comunes son generadores de valor, y que lo hacen de maneras distintas a las de una empresa privada propietaria de dichos recursos, para la cual su prioridad es la captura de las rentas de monopolio; todo ello impide que una ciudad pueda desprenderse de un modelo de negocios estrecho de miras que genera una fuertes dependencias y que afecta su gobernanza.

Evolucionar del mero valor económico hacia un criterio más amplio que incluya el valor cívico, social y cultural, ¿es tan difícil?

El software libre

En la economía del conocimiento, tenemos el ejemplo de las licencias de los comunes, un modelo alternativo al de la propiedad intelectual aplicada en sentido estricto, que permite compartir, copiar e intercambiar la producción intelectual, y conseguir una creación de valor más intensa en términos de creatividad, información y conocimiento. Actualmente se estima que existen más de 1 200 millonesde licencias Creative Commons para obras de información y creatividad [digital] distribuidas en más de 170 países del mundo.

Lo mismo ocurre con la revolución del software libre y de código abierto, que cuenta con decenas de programas informáticos desarrollados con las contribuciones al código realizadas voluntariamente por la comunidad de programadores; los programas son a menudo el resultado de la colaboración con algunas empresas de software propietario, lo cual pone en evidencia que la creación de valor puede ser un proceso sinérgico en el que algunas partes implicadas pueden actuar desde el mercado y otras desde la comunidad. Pero la revolución del código abierto está alcanzando un nivel superior en el que es posible crear comunidades de diseño globales puestas al servicio de la producción local (véase Farm Hack para tractores e innovación agrícola, la plataforma Wikispeed usada en la fabricación de coches y Arduino para obtener placas de circuitos electrónicos).

Los comunes generan valor a largo plazo

Por otro lado, la importante cuestión del gobierno y la administración de nuestras ciudades debería abordarse a partir de unos marcos de participación ciudadana que den lugar a la creación de nuevas formas de gobierno, control y responsabilidad. Para ello, la cultura de la innovación ciudadana debe ser promovida y cultivada activamente tanto desde las instituciones como desde el conjunto de la sociedad civil. Según Bollier, la innovación tiene un aspecto tecnológico, pero es también de carácter social, como queda ejemplificado en el cuidado y regeneración del Procomún urbano de la ciudad de Bolonia mediante la constitución de una asociación público-comunal.

En la región de Cataluña, los ateneos de fabricación (o Fab Labs) constituyen otro ejemplo de cómo crear polos de producción local  para una economía pensada en clave regional. Bollier sostiene que los comunes establecen una escala de valores totalmente diferente bajo la cual las ciudades constituyen un sistema social vivo en el que las personas interactúan, cada una como agente interdependiente y creativo.

La ciudad de Nueva York ofrece también ejemplos de proyectos urbanos autogestionados por la ciudadanía y con respaldo del gobierno municipal. Su dinámico movimiento cooperativista ha desarrollado una economía colaborativa en la que las plataformas digitales compartidas han llegado a establecer vínculos e intercambios con otras regiones de EE UU.

Existen también ejemplos de fideicomisos destinados al crédito a la vivienda o a las tierras urbanas gracias a los cuales se han desarrollado jardines comunitarios dedicados a la agricultura urbana; o los bien conocidos proyectos con presupuesto participativo, que también destacan entre los casos de éxito en este ámbito de la economía social.

¿Y la democracia de los comunes?


El manejo democrático en la manera de hacer consultas, en los debates, las decisiones y la formulación de políticas públicas también tiene un lugar importante en los procesos de los comunes.

Santiago Siri del Partido de la Red (Argentina) ha planteado la necesidad de haquear las instituciones de gobierno, en el sentido de introducirse en los gobiernos con la intención de mejorar nuestras ciudades. A través de un proyecto financiado por la Democracy Earth Foundation de San Franciso, California, Siri lideró la creación de Democracy OS (democracia como sistema operativo), un software y combinador de código abierto para elevar propuestas desde los comunes con la idea de debatirlas y someterlas a votación para decidir su realización.

Siri ha planteado el problema de la confianza cuando se actúa más allá de las fronteras geográficas. ¿Qué pasa con la preservación de la identidad de los votantes, y con la limpieza de los procesos electorales y de representación? Para ello presentó el sistema Blockchain, creado por Bitcoin, un registro digital incorruptible, descentralizado y público que asegura la confianza mediante el voto encriptado.

Si actualmente nuestras democracias representativas experimentan una situación de parálisis, quizá una participación más dinámica, posibilitada por este sistema de representación de reciente creación, nos permitiría evolucionar hacia una “democracia delegativa” con mayores garantías, aunque todavía no se haya probado su infalibilidad.
  


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