02 agosto 2005

Midi

MIDI

Colmillos y vértebras de mamut que datan de la segunda glaciación se exhiben en las vitrinas de la estación de Midi. Las excavadoras rescataron estos huesos de la época de los portentosos mamíferos terrestres que hace trescientos mil años cazaba el homo erectus, de quien somos nosotros el hermano pequeño, el hombre que transita por aeropuertos y estaciones en cintas transportadoras y que desarrolló el uso del pulgar, aquel que tan útil le sería para utilizar el ratón de la computadora.

En la superficie de la jonction Nord-Midi, el centro del sistema de ferrocarriles belga, se dan cita en el mercado de Midi los comerciantes que llevan los productos de la huerta belga. Igual que hace siglos, y a pesar de las toneladas de hormigón y acero vertidas sobre su suelo, este mercado despliega la diversidad de la actividad humana, especialmente aquella de la vital función alimenticia. Midi es la boca de la ciudad donde llegan diariamente miles de viajeros o en la cual abordan un tren otros tantos profesionales, estudiantes, comerciantes y aventureros hacia el interior del país o en los trenes superrápidos que conectan Bélgica con las distintas ciudades europeas: Paris a hora y media en el Thalys. Amsterdam, a dos horas. Londres, a cuatro. Midi es como una colmena humana, con su movimiento incesante por dentro y por fuera. En la estación se percibe el ritmo de actividad, relajado y al mismo tiempo sostenido, de los habitantes de esta ciudad que buscan información en los paneles electrónicos de partidas y llegadas para luego subir disciplinadamente a los andenes. En el exterior los alimentos se exhiben en los puestos del mercado dominical que el cliente recorre en busca del mejor precio: aceitunas de Marruecos, de Grecia y de España, cilantro fresco para los kebabs turcos y el arroz con pollo a la norteña. La menta que se bebe en infusión al estilo de Marruecos es seleccionada ramo a ramo por un gordo hombre enfundado en negra chilaba. Desde los puestos humeantes surge el olor sugestivo de los caracoles de mar. El griterío de los vendedores es amenizado con los sonidos tecno que reproduce un improvisado disc jockey que vende música kitsch para los nostálgicos.

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