Presentamos aquí una traducción con las ideas más resaltantes del artículo de Kevin Carson sobre las diferentes corrientes y teorías propuestas a partir del concepto de “tecno utopía”, recientemente publicado en inglés. Carson es investigador senior de la escuela anarquista del Center for a Stateless Society, y escribe habitualmente en el blog de la Fundación P2P.
Otros utópicos tecnológicos no capitalistas
Hasta aquí nos hemos basado en el esquema de Dyer-Witheford para clasificar la utopía tecnológica en sus versiones liberales y no capitalistas o anticapitalistas, si bien esta categorización no agota todas las que existen.
El autonomismo propio del ámbito marxista constituye solo una versión en la serie de teorías marxistas sobre el comunismo altamente tecnificado posterior a la escasez que se remontan a Bogdánov; asimismo, estas quedan comprendidas en una categoría más amplia que incluye los modelos poscapitalistas formulados a partir de combinaciones de políticas prefigurativas y contra institucionales, muy similares a lo propuesto por Negri y Hardt en Exodus.
Todas estas corrientes marxistas subterráneas se caracterizan por una obsesión por el concepto gramsciano de “Guerra de posición”, que es el proceso de cambios culturales y de formación institucional en la sociedad civil cuyo objetivo es rodear al Estado en tanto que bastión del poder capitalista, y que constituye una alternativa al asalto directo (“Guerra de maniobra”) dirigido a una eventual captura del Estado propiamente dicho. Los autonomistas y otros movimientos prefigurativos ya no consideran la guerra de posición como una fase preparatoria para la guerra de maniobra (que constituiría un asalto directo al Estado). Para Gramsci, la guerra de maniobra —entendida como la conquista del poder estatal— aún era considerada como un último paso que, sin embargo, debía posponerse mientras no estuviera finalizado el trabajo preparatorio de erosión cultural.
Releer a Antonio Gramsci es hoy pertinente. |
El objetivo de los autonomistas y de otros pensadores afines no es la toma del poder sino el éxodo. Dado que los medios de producción están cada vez más presentes en las relaciones establecidas en la sociedad civil, ya no se requieren unas instituciones obsoletas (el Estado y el capital). Solo se necesita derribar los cercos impuestos a la economía social ya construida [por los ciudadanos], lo cual puede hacerse en gran medida sorteando los obstáculos y ya no conquistando.
El enfoque contemporáneo de John Holloway constituye un buen ejemplo de esto. “Cambiar el mundo sin tomar el poder” viene a significar:
Crear dentro de la misma sociedad que se rechaza unos espacios, momentos o áreas de actividad en los cuales queda prefigurado un mundo diferente, con rebeliones en movimiento. Desde esta perspectiva, la idea de organización no equivale a la noción que se tiene de ella desde el partido, sino que supone establecer una conexión y un reconocimiento entre las diferentes grietas que desentrañan el tejido del capitalismo…”
…En los últimos veinte o treinta años encontramos un gran número de movimientos que se reclaman como algo diferente: es posible emancipar la actividad humana de la alienación del trabajo mediante el ensanchamiento de las grietas; en ellas se demuestra que es posible hacer las cosas de manera diferente, cosas que sean útiles, necesarias y de un alto valor para nosotros; hablamos de actividades que no estén subordinadas a la lógica del beneficio económico.
Si no estamos dispuestos a aceptar la aniquilación de la especie humana, lo cual, a mi entender, es una posibilidad real dentro de la agenda capitalista, entonces la única posibilidad es pensar en que nuestros movimientos constituyen el nacimiento de otro mundo. Es necesario seguir creando esas grietas, y encontrar maneras de reconocerlas, fortalecerlas, expandirlas y conectarlas; buscar la confluencia, o mejor aún, su transformación en un marco y un sistema alternativo (commoning).
…Recordemos que para que se diera la Revolución Francesa tuvo que prescindirse de las relaciones sociales existentes entre la burguesía y la aristocracia en un momento dado. Del mismo modo, nosotros deberíamos esforzarnos por llegar a un punto en que podamos decir: “nos da igual que el capital mundial no esté invirtiendo en España porque hemos construido una red de apoyo mutuo que es lo suficientemente sólida como para permitirnos vivir con dignidad”.[1]Para Holloway, los modelos socialistas basados en la toma del poder del Estado reproducen de muchas maneras las relaciones entre capital y trabajo en lugar de abolirlas. Presuponen la existencia del trabajo asalariado alienado bajo el sistema capitalista, y éste produce unas estructuras institucionales, como pueden ser las de gestión de las grandes empresas y las del Estado, que no guardan ninguna relación con el trabajo y están por encima de éste. La izquierda tradicional, por su parte, busca capturar estas estructuras y utilizarlas en beneficio de la fuerza laboral:
… [¿Por qué] un movimiento que se esfuerza por mejorar las condiciones de vida de los trabajadores (considerados como víctimas y como objetos) se refiere al Estado inmediatamente? Porque en razón de su propia separación de la sociedad, el Estado es una institución ideal si lo que se busca es lograr unos beneficios para las personas. Y esto constituye el pensamiento tradicional del movimiento obrero y de los gobiernos de izquierda que hoy existen en América Latina.[2]
La opción estatalista, en la que se incluye la toma del poder del Estado por parte de movimientos como Syriza y Podemos:
Implica la canalización de unas aspiraciones y luchas a través de conductos institucionales, lo que necesariamente obliga a conciliar el malestar expresado por estos movimientos con la reproducción del capital. Y no existe otro camino, ya que la sola existencia de un gobierno implica que éste debe promover una reproducción del capital (mediante la atracción de la inversión extranjera o por otro medio). Ello significa que necesariamente se ha de tomar parte en la agresión representada por el capital, como recientemente ha ocurrido en Bolivia o en Venezuela, lo que constituirá también un problema para Grecia y para España.[3]
En cambio los movimientos no jerárquicos que operan en red adoptan un método diametralmente opuesto:
Rechazar el trabajo alienado y alienante implica al mismo tiempo una crítica de las estructuras organizativas e institucionales y su mentalidad. Es así como puede explicarse el rechazo a los partidos políticos, sindicatos e instituciones del Estado que se observa en muchos movimientos contemporáneos que van desde los zapatistas mexicanos hasta los indignados en Grecia y en España.[4]
Foto de Tina Modotti, México, 1923-1930 |
Es relevante mencionar aquí el estructuralismo de Nicos Poulantzas. En un sistema capitalista, y por imperativos estructurales, el Estado se ve obligado a ponerse al servicio de las necesidades del capital sin importar el personal ni la ideología que lo componen. El mismo análisis puede aplicarse —tal como lo ha demostrado Immanuel Wallerstein— a la relación entre un Estado socialista nacional y las fuerzas del capitalismo mundial cuando aquél juega un papel en la división del trabajo en el sistema-mundo capitalista.
Comparemos el punto de vista de Holloway sobre el socialismo de Estado con el comentario que hacen Negri y Hardt sobre la agenda socialdemócrata de “reintegrar a la clase trabajadora dentro del capital”:
Por una parte esto significaría que se recrearían unos mecanismos mediante los cuales el capital pueda contratar, gestionar y organizar las fuerzas productivas y, por otra, que se reactivarían unos mecanismos sociales y estructuras de bienestar para que la continuidad social de la clase trabajadora quedase garantizada.[5]
Para que la socialdemocracia funcione, tendría que utilizar al Estado para integrar la producción bajo el control forzoso del capital (aun cuando éste hubiera quedado obsoleto en un sentido técnico), bien haciendo que la competencia en los modos de producción más eficientes quedase proscrita, o bien confiriendo derechos de “propiedad” a los intereses capitalistas preexistentes en tanto que son capaces de articular nuevas formas de producción. Ello constituye un enfoque en esencia hamiltoniano que se apoya en el valor de las grandes concentraciones de capital que hace que éstas sean artificialmente necesarias.
Lo anterior también conlleva un enfoque schumpeteriano ya explicado en la discusión sobre Romer (en la Parte I), quien considera que tanto el tamaño como lo capital-intensivo son “progresivos” por naturaleza, lo cual ofrece una razón adicional para mostrarse hostiles a las nuevas tecnologías de la producción.
El enfoque verticalista está también obsoleto en otro sentido. Si para la nueva izquierda no jerárquica las fronteras entre el proceso de producción y la sociedad están difuminadas porque el propio proceso de producción queda disuelto en el ámbito más extendido de las relaciones sociales de los trabajadores, para el obrerismo de la vieja izquierda ocurre lo contrario: lo que queda difuminado es la frontera entre la fábrica y la sociedad. El verticalismo queda caracterizado en la adoración que la vieja izquierda tiene por el proletariado industrial y por un modelo de sociedad que se construye alrededor del lugar de trabajo como su institución central. Guy Standing ha empleado el término “labourism” (obrerismo) para describir esta tendencia de la vieja izquierda (incluyendo al comunismo leninista, la socialdemocracia y el sindicalismo industrial al estilo de la CIO). Si los primeros movimientos socialistas y anarquistas buscaban aumentar el tiempo de ocio y la autonomía [del trabajador], así como la disminución del nexo monetario y el sistema de salarios, para la socialdemocracia y el sindicalismo lo que suponía la norma universal era el empleo universal a jornada completa de [toda] la fuerza asalariada. Se aspiraba al “pleno empleo” y a buenos salarios, beneficios y seguridad laboral, a cambio de lo cual la dirección podía gestionar la empresa; la fuerza laboral no intervenía en los asuntos considerados como “prerrogativa de la dirección”. La agenda del “pleno empleo” significaba que:
Todos los hombres eran empleados a jornada completa, lo que además de ser una concepción sexista, descuidaba todas las formas de trabajo no laboral (incluyendo las tareas de la reproducción y los cuidados en el ámbito familiar, el trabajo en favor de la comunidad y otras actividades por las que se podía optar individualmente). También quedaba eliminada la idea de la liberación del trabajo, que había tenido una posición preponderante en el pensamiento radical de épocas anteriores.[6]
Desde aquellos tiempos, y especialmente en las dos últimas décadas, el modelo convencional de empleo asalariado a jornada completa ha ido perdiendo relevancia como norma. A medida que se registra una constante disminución de la parte de la economía que corresponde a la fuerza laboral con salario a jornada completa, siguen aumentando los desempleados de larga duración y el precariado (que incluye a los trabajadores subempleados, los contratados de tiempo parcial, los temporales y los extranjeros). Para estos trabajadores no existe ya la red de seguridad social que les proporcionaba un empleo fijo, y asimismo, éste ha sido recortado para los que todavía lo tienen. Además, la mayoría de personas con empleo precario no se identifica con las modalidades del empleo asalariado o el desempeñado en un centro de trabajo tal y como lo hacían sus padres y abuelos; con frecuencia comparten unos valores que son más parecidos a los primeros socialistas, para quienes la identidad económica era una cuestión de relaciones sociales o gremiales expresadas fuera del lugar de trabajo.
En opinión de Negri y Hardt:
Las esferas de protección laboral del siglo XX —leyes y reglamentos laborales, negociación colectiva o seguridad social del trabajador— eran concebidas a imagen y semejanza de la empresa, del empleo, de las jornadas y las semanas de trabajo fijas que hoy solo son aplicables a una minoría en la actual sociedad de servicios on-line. Mientras que la conciencia proletaria está relacionada con alcanzar seguridad a largo plazo en la empresa, la mina, la fábrica o la oficina, la conciencia del precariado está relacionada con la búsqueda de la seguridad fuera del lugar de trabajo.
El precariado no constituye un “protoproletariado” que aspirase a ser como un proletario. Pero lo cierto es que la centralización del trabajo no estable propia del capitalismo global no permite la conformación de una clase marginal tal como algunos quisieran. Según Marx, el proletariado aspiraba a su propia abolición. Y lo mismo podría decirse del precariado. Pero el proletariado buscaba con ello la universalización del trabajo estable. Y si el proletariado tenía un interés material en el crecimiento económico y en la ficción del pleno empleo, el precariado se interesa más bien por volver a capturar la visión progresista de una “libertad de trabajo” que establezca con coherencia el derecho al trabajo.[7]
Todo esto sugiere que es necesario un nuevo modelo de lucha que sea también aplicable a una transición poscapitalista.
* * *
El modelo poscapitalista de Michel Bauwens
No todas las teorías de izquierdas sobre la transición sistémica a una economía poscapitalista se ciñen al marxismo. El modelo poscapitalista de producción entre iguales (P2P) basada en el procomún se enmarca dentro de las escuelas no marxistas, y uno de sus impulsores es Michel Bauwens, de la Fundación P2P Alternatives.Bauwens y Iacomella argumentan que el capitalismo tardío está aquejado de una irracionalidad estructural que se agrupa alrededor de dos ideas:
1. La economía política actual se basa en la falacia de la abundancia material que propone un crecimiento ilimitado y permanente, así como la acumulación infinita del capital y unas dinámicas impulsadas por el endeudamiento al servicio de un complejo de intereses, lo cual es insostenible.
2. La economía política actual se basa en la falacia de la “escasez inmaterial” para justificar la sobreabundancia de monopolios creados a partir de la propiedad intelectual como una manera de controlar los avances científicos, sociales y económicos. Este sistema impide que los beneficios de la innovación lleguen a todos y dificulta el aprendizaje colectivo de la humanidad en una época de graves retos globales.[8]
Estas contradicciones de carácter estructural conducen siempre a la eficiencia reducida y la irracionalidad que caracterizan al capitalismo, con unas crisis crónicas que son de magnitudes cada vez mayores y que podrían conducirlo a una crisis terminal. El capitalismo es cada vez más dependiente de la abundancia y la escasez artificiales para su supervivencia, y éstas son esenciales para la extracción de beneficios; al mismo tiempo, la capacidad que tiene el Estado de proporcionarlas está alcanzado sus límites e iniciando el declive. De ahí que nos encontremos ante una crisis de sostenibilidad.
Cuando una empresa consume un factor de producción determinado, requerirá cantidades crecientes del mismo a medida que lo vaya sustituyendo por otros factores, lo cual constituye un problema. Al mismo tiempo, el capitalismo tiende a experimentar a largo plazo crisis de sobreinversiones y exceso de capacidad, déficit en la demanda y disminución en las índices de beneficios orgánicos, lo que ha venido ocurriendo desde las depresiones registradas en el siglo XIX.
Ello supone que las subvenciones estatales y las cantidades de productos materiales subsidiados vayan en aumento para así mantener de manera artificial la rentabilidad económica de las grandes empresas. Tal como lo señala James O’Connor en Fiscal Crisis of the State, el Estado se ve obligado a subvencionar una proporción cada vez mayor de los costes operativos del capital a fin de evitar las crisis económicas.
Esto ocasiona dos formas de crisis de recursos. La primera es la “crisis fiscal del Estado” (como señala el título del libro de O’Connor), en la que el Estado debe asumir déficits e incurrir en deudas cada vez mayores para poder satisfacer la demanda de educación subvencionada, infraestructuras de transporte y guerras imperiales externas. Naturalmente, los déficits crecientes son necesarios por derecho propio, pues estimulan la demanda agregada y permiten contrarrestar la crisis crónica ocasionada por el exceso de capacidad. Y a su turno, la deuda que va en aumento es adquirida por las clases rentistas, lo cual les permite absorber enormes cantidades en concepto del excedente del capital de inversión, que de otro modo no generaría ganancias.
Tal como ha ocurrido con todas las sociedades de clase que lo precedieron, el capitalismo ha dependido de la escasez artificial desde sus inicios. La escasez incluye también cualquiera de las formas de derecho de propiedad que se erigen en obstáculos entre el trabajo y las oportunidades naturales de producción, de manera que los productores se ven obligados a trabajar más de lo necesario para su propio sustento y también para el de las clases privilegiadas. El capitalismo es heredero de los derechos artificiales de propiedad de la tierra que caracterizaban a los sistemas de explotación precedentes; las tierras desocupadas y sin abonar eran absorbidas y acotadas de manera continuada; solo podían ser cultivadas mediante el pago de un tributo, o bien se designaba una oligarquía terrateniente que supervisaba a los agricultores.
El obstáculo de los requisitos normativos de entrada también constituye una forma de escasez artificial, pues impone unos desembolsos de capital innecesarios como condición para la producción, o limita el número de productores. Estas normas imponen unos mínimos artificiales que están por debajo del coste de subsistencia, límites a la competencia entre productores que facilitan la administración de precios, y restricciones a la competencia en la emisión de créditos o de moneda, lo cual permite a sus administradores cobrar precios de usura por ellos. La llamada “propiedad intelectual” es quizá la modalidad más destacada de la escasez artificial que existe hoy en día; constituye un monopolio legal sobre el derecho a realizar ciertas tareas o utilizar un conocimiento determinado, y no ya un monopolio de los medios de producción en sí mismos.
Como ocurre con la abundancia artificial, también la escasez artificial es cada vez más insostenible. Las industrias culturales ven con consternación que los derechos de autor por sus contenidos originales son cada vez menos exigibles por ley. Y la implosión de los desembolsos de capital necesarios para la manufactura o para hacer viable la producción a pequeña escala, unido a la facilidad para compartir archivos CAD/CAM, ha elevado los costes de cualquier operación de protección de las patentes industriales hasta niveles insostenibles. Técnicas de cultivo intensivo de la tierra como el permacultivo son mucho más eficientes que las técnicas agroindustriales en términos de productividad por acre, lo cual reduce la necesidad de disponer de grandes extensiones de tierra (y su valor) para la producción de alimento. Asimismo, la explosión de las tecnologías de construcción autóctonas, en combinación con el agotamiento de recursos fiscales en los Estados que imponen unas normas legales para la recalificación de terrenos y unas normativas para la construcción, nos indican que la imposición de costes artificiales para tener una subsistencia confortable se está haciendo igualmente insostenible.
Conforme el capitalismo llega a esta crisis terminal, está generando el nuevo sistema que le sucederá, mediante unas clases que serán encargadas de darle sepultura y que surgen de los propios intersticios del capitalismo terminal. Tal y como ocurrió con la economía esclavista del período clásico y del feudalismo, la economía política del capitalismo está llegando a unos niveles de crisis de los inputs de recursos extensivos que conducirán a que éste sea reemplazado por otro sistema capaz de conseguir un uso intensivo de los inputs de recursos de maneras novedosas. Se trata de la fase de transición que contempla un “Éxodo” muy parecido al imaginado por Negri y Hardt.
[1] Amador
Fernández-Savater, "John Holloway: cracking capitalism vs. the state
option," ROAR Magazine, September 29, 2015 < https://roarmag.org/essays/john-holloway-cracking-capitalism-vs-the-state-option/ >.
[6] Guy Standing, A Precariat Charter: From Denizens to Citizens (London, New Delhi, New York, Sydney: Bloomsbury,
2014), pág.16.
[8] Michel
Bauwens y Franco Iacomella, "Peer to Peer Economy and New Civilization
Centered Around the Sustenance of the Commons" en David Bollier y Silke
Helfrich, eds., The Wealth of the Commons: A
World Beyond Market and State (Levellers
Press, 2013).
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