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El pasado 27 de noviembre se cumplieron 40 años de la desaparición de Manuel Scorza, poeta y novelista peruano de la generación de 1950. También en Barcelona cumplimos en la misma fecha 16 años de actividad en nuestra Asociación Cultural Scorza. Por esta razón organizamos un coloquio sobre el legado cultural de Scorza en la narrativa hispanoamericana, el cual tuvo lugar en el auditorio del Centro Cívico Calàbria 66 y contó con la participación de los escritores Jorge Varas, miembro fundador de nuestra asociación y Mario Pera, editor de la revista literaria Vallejo & Co.
Scorza es recordado como un escritor polifacético, conocido por la poesía escrita en sus años de juventud y primer exilio, cuando publica su poemario Las imprecaciones (1955); pero muy especialmente por el ciclo de cinco novelas reunidas bajo el título de La guerra silenciosa (1969-1979); asimismo, es importante mencionar su producción ensayística, o su labor como relator y testimonio de parte de las luchas campesinas y sindicales de la década de 1960 en las regiones andinas de Perú, las cuales constituyen la médula de sus textos de ficción documentada y testimonial.
También cabe mencionar la dedicación de Scorza en actividades culturales, editoriales y de promoción del libro y la lectura. Desde su exilio, formó parte de una red de intelectuales y autores hispanoamericanos que después lo llevaría a participar en la creación del Patronato del Libro Peruano en 1956, ya de regreso en Perú, y la organización de los primeros festivales del libro en la América de habla hispana (Colombia, Cuba, Venezuela y Perú). También fue el artífice y director del sello Populibros Peruanos, una colección de libros publicados a bajo coste que incluía obras de autores peruanos contemporáneos y de los grandes clásicos de la literatura universal que produjo títulos durante casi una década (1956-1965).
Pero fue el éxito editorial de Redoble por Rancas (1970) lo que dio a conocer al autor en Europa y lo llevó a ser catalogado como escritor que seguía la estela del éxito del «boom» de la narrativa hispanoamericana (Gras: 2002). Su novela fue presentada en España a concurso para el Premio Planeta de novela en 1969, donde quedó entre las finalistas. El manuscrito atrajo la atención de las casas editoriales en toda Europa, y su difusión llegó al público en más de treinta idiomas, lo cual aseguró su consagración como novelista.
Scorza encontró en la literatura una manera de ser fiel a su compromiso con los pueblos andinos y las luchas campesinas y sindicales de su tiempo. En el Perú del siglo XX, se sucedían sobresaltos políticos que terminaban en golpes militarles o gobiernos cívico-militares. Los escritores eran objeto de persecución por el poder de turno; detenidos, encarcelados, deportados u obligados a exiliarse por haber mostrado su adhesión al pensamiento liberal, o al pensamiento marxista, este último representado en la causa de los pueblos oprimidos y explotados. Entre los autores que pisaron las cárceles peruanas en el siglo pasado figuran: César Vallejo en 1920, José Carlos Mariátegui en 1927, Ciro Alegría en 1932 (tras el levantamiento aprista en la ciudad de Trujillo), y José María Arguedas en 1937, por oponerse a la visita del emisario de Benito Mussolini al claustro de la Universidad de San Marcos en Lima. Scorza no tardaría en sumarse a la lista de exiliados y deportados; con solo 20 años parte en un largo exilio de casi ocho años, por haber sido simpatizante del APRA, partido que por entonces abrazaba las ideas de la socialdemocracia y que volvía a ser proscrito de la política por la junta militar del general Manuel Odría en 1948.
Nacido el mismo año de la publicación de los Siete ensayos sobre la realidad peruana de José Carlos Mariátegui (1928) y simpatizante del partido APRA durante sus años la universidad de San Marcos, Scorza debió haber absorbido las ideas sostenidas en el debate entre Mariátegui y Haya de la Torre (fundador del APRA).
Durante su primer exilio Scorza compuso el poema «Canto a los mineros de Bolivia» (1952), dedicado a la Revolución Nacional de los mineros de ese país. También escribe ensayos que revelan su creciente interés por la cuestión indígena y la lucha por su liberación en el marco de un socialismo «sin calco ni copia», que según José Carlos Mariátegui no debía aceptar los designios eurocéntricos de la Internacional Comunista. Tras su regreso al Perú en 1956, Scorza no quita ojo a lo que está ocurriendo en los Andes. A medida que se desarrollaba el despegue industrial en la costa del Pacífico peruano, se produjo la crisis de los propietarios de vastas extensiones rurales en las regiones andinas; mientras tanto, el Estado peruano daba paso a la explotación de estos territorios, poniéndolas en manos de compañías multinacionales mineras como la Cerro de Pasco Corporation, que operaban como enclaves desde principios de siglo. Esto tuvo un efecto nocivo para las comunidades campesinas (ayllus en quechua) de las regiones centroandinas de Pasco y Junín, donde se dio inicio a la moderna minería a tajo abierto; los relaves de la producción minera han condenado a sus habitantes, campesinos y mineros, a cien años de contaminación de lagos y tierras cultivables y a generaciones de mineros aquejados de enfermedades ocupacionales y a sus niños, que hasta hoy no pueden crecer y desarrollarse de manera saludable, lo cual empujó a las migraciones hacia las ciudades del litoral peruano.
En torno a esta realidad, Scorza asume la función de secretario de política del Movimiento Comunal del Perú creado en 1961, un nuevo tipo de organización sindical agraria surgido en tiempos de fundación de la Confederación Campesina. Scorza se encarga de redactar los comunicados que verán la luz en la prensa del país, pagando por un espacio publicable en las páginas del diario Expreso, con el fin de dar cierta visibilidad al movimiento campesino. Scorza documenta las denuncias, procesos legales y tomas de tierra y rebeliones ocurridas en los Andes centrales. Algo parecido está ocurriendo también en los Andes del sur, con Hugo Blanco como dirigente de la Confederación Campesina y líder de las tomas de tierra ocurridas en la región sur andina de Cusco.
Scorza es consciente de que la información y la denuncia no serán suficientes para movilizar a las comunidades en sus reivindicaciones colectivas ni para que la opinión pública en las capitales de la costa conozca la política de cercamiento que el gran Capital ha puesto en marcha en los Andes. Las fuerzas de seguridad dan muerte y los caporales se enfrentan a los campesinos que ocupaban las tierras y pastos para recuperarlas de las haciendas. Es una protesta por “el Cerco” que avanza en la zona de Rancas (Huayllacancha, 2 de mayo 1960); son tierras que ellos consideran de su propiedad, según centenarios pergaminos notariales que la Justicia suele ignorar o archivar. Este es el punto de quiebre para las sucesivas operaciones de desalojo dictadas por el presidente Mariano Ignacio Prado. Scorza sabe que el episodio será “silenciado” por los medios de prensa, tal como ya ocurría en las instancias judiciales Y es quizás en este punto donde nuestro escritor decidirá embarcarse en un proyecto de largo aliento y enfrentado a varios dilemas que quiere hacer patentes en su obra novelística: ¿la novela o la denuncia? ¿La victoria o los vencidos? ¿La masacre o la justicia? ¿Historia o ficción? Así va tomando forma el ciclo de novelas que él titulará como “La Guerra Silenciosa”; en una década produjo cinco novelas escritas entre 1968 y 1977, que posteriormente revisó y vio publicadas en 30 idiomas por todo el mundo.
En 1977, entrevistado en España después de haber publicado las 5 novelas que conforman el ciclo de «La guerra silenciosa» (Redoble por Rancas, Historia de Garabombo el invisible, El jinete insomne, Cantar de Agapito Robles y La tumba del relámpago), cabe preguntarse: ¿La literatura puede hacer justicia? Cuando la historia se detiene para los vencidos y el clamor de los pueblos no es escuchado, quizás sí. La literatura mantiene vivas las conciencias.
El tiempo detenido ¿se vuelve a poner en marcha? O nos revuelve al mismo punto de la desgracia?