11 marzo 2010

Las controversias entre climatólogos debilitan su credibilidad














Una reciente acción de piratería informática en un centro de investigaciones británico aviva la polémica entre los partidarios del IPCC(Grupo intergubernamental de expertos sobre el cambio climático) y los escépticos frente a la teoría del cambio climático. El semanario francés Le Nouvel Observateur incluyó en diciembre de 2009 un reportaje de Claude Weill sobre la guerra de datos científicos y las reacciones del público.

Una operación de espionaje científico ha desencadenado un terremoto en el mundo de la investigación sobre el calentamiento global. Este desastre de piratería informática ocurrió el 19 de noviembre y fue bautizado por los expertos como el “Clima-gate”, cuando un misterioso pirata informático consiguió penetrar en el servidor de la unidad de investigaciones sobre el cambio climático (CRU, en inglés) de la universidad británica de East Anglia y después distribuyó desde un sitio Web ruso 1 079 mensajes de correo electrónico y 72 ficheros intercambiados entre las personas responsables del CRU y sus corresponsales en la comunidad científica a lo largo de 13 años.

El golpe de estos hackers no fue producto del azar, pues el CRU es el centro de referencia en materia de climatología a nivel mundial. Junto con el Hadley Centre británico y el Goddard Institute de la Nasa, este organismo proporciona los datos esenciales y los modelos sobre los que se basan todos los informes del GIEC. Sus trabajos de investigación constituyen la base de la teoría del calentamiento global de origen humano (Anthropogenic Global Warming) que ha dictado la agenda de Copenhague.

Todas las personas apasionadas por los debates en torno al clima se han interesado por el resultado inesperado de este saqueo de información en Internet y cuya lectura generó un estado de perplejidad e inquietud en vísperas de la Cumbre sobre el cambio climático de Copenhague. Los correos reflejan las feroces controversias existentes entre investigadores en relación con la curva de Mann (así llamada en honor al científico Michael Mann de la Universidad de Virginia, quien efectuó un modelo de reconstrucción del clima planetario desde al año 1000 de nuestra era, y que es objeto de controversia entre los climatólogos a favor del IPCC y los que están en contra). Ante la solicitud del editor de un blog escéptico del cambio climático ClimateAudit de que se dieran a conocer los datos meteorológicos reunidos por el CRU invocando las leyes sobre la libertad de la información, el director del CRU, Phil Jones, escribía en uno de sus mensajes: “preferiría destruir el fichero antes que enviarlo a nadie”. Existen otros correos que apuntan a posibles actos de revisión de esos datos a fin de “equilibrar las necesidades de la ciencia con las del IPCC, que no han sido siempre las mismas”, según escribe un asistente de Jones en abril de 2007.

Para los escépticos del cambio climático no cabe duda de que existen “conspiradores” que han metido las manos en la masa y que han trucado las teorías que da a conocer el IPCC. Por ello piensan que este “clima-gate” es “el último clavo en el ataúd de la teoría del calentamiento global de origen humano”, en palabras de los bloggers anti IPCC. Por su parte, los investigadores de la Universidad de East Anglia y su rector minimizan dichos cuestionamientos al declarar que las publicaciones del CRU son “de muy alta calidad investigativa e interpretativa en el ámbito científico”; la revelación de las comunicaciones pirateadas, según ellos, sólo buscan desviar la atención sobre la urgencia del cambio climático. Por su parte, Phil Jones lamenta que unos mensajes escritos en el fragor de la polémica científica sean utilizados para sembrar la confusión y la consternación.
Al margen de si se trata de un escándalo científico o de una campaña orquestada para hacer ruido, el asunto dice mucho acerca del ambiente de sospecha y de odio acendrado que reina entre los especialistas del clima. No es tranquilizador saber que algunos quieran dar por concluido el debate científico en torno al cambio climático, como si esto fuera alguna vez posible en algún ámbito de las ciencias.

No obstante, ningún trabajo científico ha conseguido extinguir de modo concluyente la así bautizada “guerra” entre los defensores del IPCC y los que se llaman a sí mismos “escépticos” (sus adversarios los denominan, más bien, “negacionistas”); por el contrario, el conflicto se ha visto acentuado a medida que se aproximaba la fecha de la cita de Copenhague. Expertos enfrentados a expertos, curvas que cuestionan otras curvas, peticiones contra peticiones, posiciones enfrentadas en Blogs. Pero se trata de una guerra asimétrica. No olvidemos que el IPCC recibió el premio Nobel en 2007; sus publicaciones cuentan con la aprobación unánime de 192 países representados en la comunidad internacional y por 40 sociedades científicas y academias nacionales de ciencias. Sin embargo, sus detractores opinan que esto no demuestra nada, pues la verdad científica no se rige por las reglas de la mayoría ni tampoco las del consenso.

Sean prudentes o combativos, lo cierto es que los escépticos del cambio climático siguen afirmando que no existe un calentamiento acelerado por causa de las emisiones de CO² que nos esté llevando directamente a la catástrofe. Se trata de una elevación temporal de la temperatura, que de otro lado se ha interrumpido desde hace una década, lo cual es un fenómeno muy probablemente no atribuible al hombre, sino sobre todo debido a causas naturales (particularmente, los ciclos de actividad solar) que no justifican en absoluto que se toque la campana de alarma.

El epicentro de la batalla

En los EE UU el debate se ha hecho más visible que en Europa y en este país se ubica el epicentro de la batalla. Los escépticos del clima no forman un grupo homogéneo; existen entre ellos diversidad de matices e incluso divergencias marcadas. Entre sus miembros se cuenta a eminencias científicas con un currículo académico impresionante y a 32 000 científicos militantes provenientes de todas las disciplinas que han firmado la Petición de Oregon.

Los escépticos han publicado artículos y libros; cuentan con sus investigadores de referencia y sus sitios de Internet. Incluso han producido un film anti Gore “The Great Global Warming Swindle” (la gran estafa del calentamiento global), dirigido por Martin Durkin, que fue difundido por la cadena británica Channel 4 a 2,5 millones de espectadores y desencadenó una ola de protestas (igual que hicieron los escépticos ante los tribunales británicos cuando apareció el documental de Al Gore). Los escépticos del cambio climático están en contra del GIEC y se articulan en torno a la Comisión Internacional no gubernamental sobre el cambio climático (NIPCC). Cuentan con un contra informe al IPCC publicado por el Heartland Institute bajo la dirección de Fred Singer en 2008 (y que sostiene que el clima está determinado por la naturaleza y no por la actividad humana). El instituto celebra incluso su propia conferencia internacional sobre el cambio climático, cuya tercera edición se celebró en 2009 en Washington. Heartland es un centro de estudios ultraliberal con sede en Chicago que recibe financiación de una serie de fundaciones conservadoras y grandes empresas. En este combate participan por lo general más activamente los miembros del ala derecha del Partido Republicano americano, así como los círculos, periódicos y Webs ultraliberales y "libertarios" (los partidarios de un Estado mínimo). Para éstos, las políticas que buscan reducir las emisiones de CO² forman parte de una ofensiva estatista contra la libertad del mercado. Gran parte de estas instituciones tienen vínculos reconocidos con los grupos de la industria del petróleo. Por ejemplo, la multinacional Exxon Mobil financió al Instituto Heartland con $ 560 000 entre 1998 y 2005; por su parte, Singer reconoce haber recibido cheques “no solicitados” por valor de $ 10 000. Estos datos han convencido a los medios ecologistas de que los “negacionistas” del calentamiento global están siendo financiados por el lobby del carbono, la industria petrolífera y los fabricantes de automóviles o las compañías de electricidad. Pero la generalización es cuando menos abusiva, pues no se tienen evidencias de que la mayoría de estos científicos escépticos hayan sido financiados por estas empresas, ni tampoco de que estén al servicio del ultraliberalismo. Entre sus filas se cuentan a ambientalistas convencidos y hay algunos que están notablemente alineados en la izquierda, como Freeman Dyson, eminente físico americano. Para muchos de ellos, la instrumentalización que la extrema derecha y sus lobbys hacen de sus trabajos es más bien considerada un estorbo que una utilidad.

Enfoque militar

Frente a la oposición de los escépticos del clima, los defensores del IPCC han optado desde el CRU por marginar a los investigadores heterodoxos, por cerrarles el acceso a los datos e impedir su presencia en las páginas de las grandes publicaciones expertas en la materia. Esto puede ser considerado como un enfoque más bien defensivo, de tipo más bien militar y no tanto científico. No se sabe con certeza si esta táctica ha sido la más conveniente, pues ha contribuido a alimentar la sospecha de que la climatología oficial trabaja en círculos cerrados, encerrada en sus propias certezas y sin reparar en cualquier hipótesis que pudiera ser climatológicamente incorrecta. Ello ha contribuido finalmente a alimentar el escepticismo, como lo atestiguan el sinnúmero de Blogs y publicaciones sobre el clima con una tendencia escéptica. Estas se han hecho eco en la opinión pública. Según una encuesta realizada por el Pew Research Center, un centro de estudios de Washington de reputación neutral, sólo un 36 % de los americanos consideran que existe una “prueba sólida” del calentamiento global debido a la actividad humana, frente a un 47 % que así lo creía en abril de 2008. Y sólo un 35 % piensa que el calentamiento global es un problema “muy grave” (frente a un 44 % en 2008).

Al parecer, el problema de base consiste en incrementar la credibilidad de la climatología ante la opinión pública. Según la climatóloga Judy Curry, “los científicos deberán examinar con gran atención los argumentos de los escépticos y decidir o bien refutarlos o bien aprender de ellos”. Pero para muchos otros climatólogos extenuados por esta guerra del clima, la lección que se debe extraer de este “clima-gate” es la de que ya es hora de ser más transparentes, permitiendo un libre acceso a los datos y al debate abierto.