Eugenio Barba, director del Odin Teatret, entrevista en 1977 a la folklorista peruana Victoria Santa Cruz y filma una performance sobre la condición de mujer y negra.
El hallazgo de un documental sobre Victoria Santa Cruz, realizado en 1977 por Eugenio Barba y el Odin Teatret, sirve de punto de partida para esta memoria del ambiente cultural peruano de finales de los años setenta.
En el verano de 1978 el Campo de Marte de Lima fue tomado por el son de los diablos negros y las melodías de los danzantes de tijeras. A ellos se sumaba una comitiva de fantasmales figuras y máscaras medievales que avanzaban sobre zancos, agitando sus esqueletos bajo capas negras en una danza que reflejaba el ambiente festivo de la cultura de la calle, recuperada tras diez años de dictadura militar. La “invasión” de danzantes y saltimbanquis era una acción teatral colectiva del Conjunto Nacional de Folklore y el Odin Teatret, que inauguraban así el programa del Encuentro Internacional de Teatro de Ayacucho celebrado ese año.
Victoria Santa Cruz dirigía entonces el Conjunto Nacional de Folklore, desde donde presentaba sus investigaciones y propuestas sobre los ritmos negros del Perú, cuyas letras venía recopilando su hermano, el periodista y compositor Nicomedes Santa Cruz. A esta época pertenece esta entrevista en la que Victoria narra su experiencia del racismo y la génesis de su texto dramatizado Me llamaron negra, que recitó ante las cámaras. En consonancia con el espíritu y las inquietudes de la época, las preguntas de Barba apuntan a la cuestión de la identidad racial y los postulados del feminismo. Con la propuesta de articular nuevos lenguajes de ruptura en el ámbito de la cultura, se buscaba incidir en la corriente eurocéntrica que era todavía predominante en la sociedad peruana.
La inmediatez y contundencia de las imágenes creadas a partir de un lenguaje performativo fueron un revulsivo para muchos jóvenes capitalinos de mi generación. ¿De dónde salían estos demonios con cuernos y máscaras pintadas de rojo sobre sus pieles negras? Extrañas melodías pentafónicas ejecutadas por arpas y violines acompañaban a los danzantes andinos y precedían la llegada de una compañía de actores llegados de Europa. Durante las semanas del encuentro de teatro celebrado ese año en Ayacucho, compartieron sus artificios y lenguajes escénicos con actores y dramaturgos del país en una serie de talleres y presentaciones en los que participaba un público fascinado. Como muchos universitarios de esa época, fui testigo del despliegue de un mundo fantástico que aparecía materializado gracias al trabajo de actores y músicos que tocaban las fibras más profundas con su expresionismo europeo, con las influencias del “tercer teatro” del Odin Teatret, el método Stanislawski, las enseñanzas de Dario Fo en el Piccolo Teatro de Milán y de la escuela de teatro pobre del polaco Jerzy Grotowski. Mi descubrimiento de los mecanismos y posibilidades del mundo del arte --cuasi mágicos a los ojos de un profano-- estuvo marcado por la fascinación con el espectáculo teatral, por las posibilidades de la imagen y el juego de los significados, sentidos y mensajes ocultos que ofrecía ese lenguaje.
Dos obras teatrales capitales en la memoria cultural de Lima en esos años son El beso de la mujer araña, la adaptación teatral de los inolvidables actores peruanos Alberto Montalva y Pipo Ormeño sobre un texto del escritor argentino Manuel Puig, y La empresa perdona un momento de locura del venezolano Rodolfo Santana, que en 1979 dirigió Jorge Chiarella con el grupo Telba. El beso de la mujer araña fue sin duda el escándalo de ese año en Lima. Por primera vez se presentaba en un escenario a dos hombres desnudos en una situación de intimidad… en la celda de una prisión. Montalva y Ormeño consiguieron con su trabajo teatral transmitir toda la fuerza del afecto y la atracción homoerótica en un luminoso diálogo entre dos seres marginales, con claras resonancias del perturbador erotismo que emanaba del film Chant d'amour sobre un texto de Jean Genet (1950).
Unos años después, Montalva y Ormeño fundaron junto con la actriz Margot López la compañía Teatro del Sol, con la que viajaron por Europa mostrando sus creaciones colectivas: la más famosa, su adaptación del cuento Los cachorros de Mario Vargas Llosa. Nuevamente la fuerza de unas imágenes cargadas de sexualidad, presentadas como un misterio por resolver tras los velos de la moral y las costumbres sociales, marcó mi historia personal en esos años de despertar al amor erótico.
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