..y de pronto surgió, como un efecto del polen primaveral. El malestar de la sociedad española frente a su clase política se transformó en indignación el 15 de mayo, y ha tomado la calle en estos días de campaña de las elecciones municipales.
Bajo una consigna sencilla y directa que reclama “Democracia real ya” o que advierte “No somos marionetas en manos de políticos y banqueros”, miles de personas empezaron a congregarse a través de sus cuentas de FB y Twitter el pasado domingo en la plaza del Sol de Madrid, y en otros espacios públicos de Valencia, Barcelona y Sevilla así como en decenas de otras ciudades españolas. La junta electoral de la Comunidad de Madrid ha desautorizado la concentración en la capital, pero los manifestantes se han resistido a abandonarla y han organizado una acampada reivindicativa y pacífica. Otras ciudades también han prohibido las manifestaciones, argumentando que impiden el derecho a ejercer el voto libremente, y solo la junta de Valencia ha permitido la manifestación. En el documento de solicitud de autorización para sus manifestaciones, los convocantes establecen que “la reunión convocada tiene como objeto principal, no la captación de sufragios, sino el de hacer una llamada al ejercicio del voto responsable de cara a las próximas elecciones”, y el de poder también ejercitar los derechos fundamentales de reunión y de expresión.
En esta crisis económica y política que azota a España y a Europa, los españoles han alcanzado el límite tolerable de la desigualdad: un 20% de desempleo que sube a 43% si consideramos a la población juvenil que no ha tenido un primer trabajo. Cientos de miles de personas que han perdido sus casas por impago de la hipoteca. Recortes salvajes en los programas y políticas sociales que afectan a la sanidad, la educación y las políticas de asistencia social; todo para poder cumplir con los objetivos de déficit de la Eurozona. Todo esto en un país cuyo Estado de Bienestar no llegó a cuajar en comparación con países como Alemania o Francia, y cuyos ciudadanos se amparan tradicionalmente en la red familiar en las épocas de crisis. Pero el hartazgo y la indignación han estallado, la decepción por su clase política y su sumisión a la consigna de “privatizar la ganancias, socializar las pérdidas” al estallar la crisis de la burbuja financiera en 2008, ha llegado a su punto de ebullición. Este movimiento de hartazgo e indignación, de alcance europeo y que se repite en cientos de ciudades de este continente, tiene a los jóvenes entre sus principales protagonistas.
Para el analista Josep Ramoneda, en España “las desigualdades han crecido de forma exponencial, poniendo en riesgo el óptimo de desigualdad, a partir del cual aparece la amenaza de fractura. En la pugna entre poder económico y poder político siempre ha llevado ventaja el primero, pero en esta crisis la sumisión de la política ha sido tan grande, que es muy difícil verla como un contrapeso en favor del interés general”.
Es tanta la desconfianza que algunos analistas auguran la refundación de los partidos en España, el fin del bipartidismo y la necesidad de reflexionar sobre la extraordinaria confusión que impera en la clase política de este país. No es de extrañar que los ciudadanos tomen la calle ya no solo como votantes sino como partícipes y revitalizadores de una democracia alicaída y secuestrada por los intereses creados.
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