Construir el procomún como estrategia de supervivencia durante una pandemia
Por David Bollier
David
Bollier en el Aspen Institute, 2009. Foto: Joi Ito from Inbamura,
Japan / CC BY
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2/4/2020
La pandemia que hoy se extiende por nuestro planeta es un evento histórico destinado a cambiar muchas de las premisas de la vida moderna. Debemos actuar con rapidez para hacer frente a las emergencias, pero también aprovechar la oportunidad de reflexionar sobre un cambio de sistema a largo plazo. Si hay algo que la pandemia permite constatar (en tándem con el cambio climático) es que se deben producir profundas transformaciones en nuestros actuales sistemas políticos y económicos. Ya hemos visto que lo único que nuestras autoridades tienen previsto es el rescate de este sistema disfuncional y que, entre sus prioridades, no contemplan ningún cambio genuino.
Sin embargo, las pandemias son difíciles de ignorar, y algunas de las ideas que alguna vez fueron apartadas o descartadas por la «gente seria» —como las políticas de transición ecológica, la construcción del procomún, la acción climática, la relocalización, la soberanía alimentaria, el decrecimiento, las finanzas postcapitalistas, el ingreso básico universal, y muchas cosas más—, se nos revelan hoy como propuestas muy convincentes y de sentido común.
Aun cuando la pandemia ha sido espantosa, seamos sinceros: también ha servido para trastocar el quehacer político habitual y dar validez a nuevas e imaginativas posibilidades.
Hay muchas cosas que han dejado de ser discutibles. Para empezar, que nuestro actual sistema para el desarrollo de nuevas medicinas debería ser reformado para que los monopolios de las grandes corporaciones no puedan abusar de nosotros con precios exorbitantes y dando preferencia a los fármacos que tienen valor de mercado en vez de a la innovación. Semejante desprecio por las necesidades en salud pública es inaceptable. Y si hablamos de nuestros sistemas de atención sanitaria, es evidente que estos deben ser accesibles a todos, pues la pandemia está demostrando que el bienestar de cada persona está íntimamente relacionado con la salud colectiva. Por último, se hace patente que debemos poner coto a la destrucción de los ecosistemas si no queremos desencadenar una mayor destestabilización del planeta con la aparición de virus, la pérdida de la biodiversidad, el deterioro de los ecosistemas y otras cosas parecidas.
En este sentido, el Covid-19 está volviendo a familiarizarnos, en tanto que ciudadanos modernos, con algunas realidades humanas básicas que habíamos negado por largo tiempo:
- Los seres humanos dependemos de sistemas vitales y biológicos a pesar de que tenemos la pretensión de haber triunfado sobre la naturaleza y sus límites materiales.
- Somos profundamente interdependientes unos de otros, aún cuando presumimos, según la doctrina central de le economía moderna y la democracia liberal, de haber alcanzado la soberanía individual y dejado de lado las necesidades colectivas. Tal como lo expresó la premier británica Margaret Thatcher: «La sociedad no existe; solo existen los individuos».
Por más que hayamos adoptado estos supuestos generales de la vida moderna, los seres humanos estamos descubriendo que en realidad estamos programados para ayudarnos cuando nos enfrentamos a un desastre. La escritora Rebeca Solnit lo relató en su libro A Paradise Built in Hell (Un paraíso en el infierno): los terremotos, los huracanes y las explosiones de gas empujan a los seres humanos a la auto organización y a la ayuda mutua, a menudo de maneras absolutamente asombrosas y hermosas.
Este impulso humano ha sido confirmado en las historias contadas por el periodismo desde los inicios del Covid-19. Al igual que el movimiento Occupy se movilizó para prestar asistencia básica tras el paso del huracán Sandy por la ciudad de Nueva York, las redes de ayuda mutua están nuevamente surgiendo en numerosos barrios en todo el mundo, según informa el New York Times.
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Cartel sobre la gripe española, EE.UU., 1918 - Wikimedia Commons |
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La cultura dominante prefiere referirse a la ayuda que entre sí se prestan las personas como «voluntariado» o «altruismo». Para ser más exactos, la ayuda entre iguales consiste en un acto de construcción del procomún porque en él se registra un mayor compromiso, el cual subyace en su carácter colectivo y no es lo mismo que «hacer el bien», un término más bien paternalista. Y no debe sorprendernos que esta ayuda entre iguales pueda a veces producir desacuerdos que deben ser resueltos, pero que pueden terminar por fortalecer al procomún.
Un reflexivo artículo sobre el papel que juega el anarquismo como forma de supervivencia en la pandemia señala que la ayuda mutua consiste en la «práctica descentralizada del cuidado recíproco mediante la cual las personas que participan de una red se aseguran de que todos obtengan lo que necesitan; de este modo, todos tienen una buen razón para invertir en el bienestar de los demás. No se trata de un intercambio como compensación sino más bien de un intercambio de cuidados y recursos que crea una suerte de blindaje y resistencia frente a las adversidades que podría tener que enfrentar una comunidad».
Cuando el estado, el mercado o la monarquía no alcanzan a asegurar las necesidades básicas, es la gente común la que da un paso adelante para idear sus propios sistemas de ayuda mutua.
La cuestión, por el momento problemática, es saber si el poder del estado estará en disposición de apoyar en el largo plazo las iniciativas de ayuda mutua, pues ésta podría ser vista como una amenaza para su autoridad y para los mercados. O si otros políticos, inspirados en la figura de Trump, utilizarán este momento de miedo para consolidar el control del estado, incrementar la vigilancia y anular las instancias de la gobernanza distribuida entre iguales [surgida en las últimas décadas con el advenimiento de las redes de Internet P2P].
Otra cuestión importante en el corto plazo es saber si podremos ganar el suficiente apoyo institucional para construir el procomún de manera que este movimiento no se diluya en el tiempo a medida que se disipe la consciencia de que estamos en alerta roja. Para esto, recomiendo el libro que escribí con Silke Heferich, Free, Fair and Alive (Libre, justo y de todos). Y también se puede dar una hojeada a la caja de herramientas para la gobernanza de Community Rule, o visitar Sociocracy for All [N. del T.: sobre el mismo tema, en el ámbito de España, se han creado diversas plataformas de participación ciudadana que emplean el software libre Decidim].
A lo largo de la historia, la construción del procomún ha sido una estrategia de supervivencia esencial que no tendría por qué dejar de serlo en esta ocasión. Cuando el estado, el mercado o la monarquía no alcanzan a asegurar las necesidades básicas, es la gente común la que da un paso adelante para idear sus propios sistemas de ayuda mutua.
Al hacerlo, están arrojando luz sobre las deficiencias estructurales de los mercados convencionales y del poder estatal. Vemos cómo las agendas políticas y la especulación a menudo han estado por delante de otras prioridades como la salud pública o las políticas de igualdad. Y ello se hace evidente en el proyecto de ley aprobado en el Congreso estadounidense para financiar el rescate de la economía con 2,2 billones de dólares. No hay más que pensar cuántas de las corporaciones tienen hoy como prioridad recoger los beneficios de su eficiencia económica al encargar la fabricación de mascarrillas quirúrgicas en el extranjero, o cerrar cualquier posibilidad de acceso a los medicamentos genéricos a precios asequibles.
Son muchos los observadores de esta pandemia que señalan que esto es solo el principio de otras crisis que ocurrirán en el futuro. No se ha dicho lo suficiente que la Covid-19 es, en parte, el resultado de una excesiva invasión demográfica en los sistemas naturales del planeta. Según Inger Andersen, directora del programa para el medio ambiente de la ONU, si los patógenos de origen animal están saltando con más facilidad a los seres humanos, ello es así por la pérdida de la biodiversidad y el hábitat en nuestro planeta.
También el ecologista Stephen Harding ha escrito un fantástico artículo sobre cómo Gaia (el planeta Tierra) pareciera estar tratando de enseñarnos sobre los peligros del comercio global sin límites: «Hoy vemos cómo una red sobreconectada puede verse alterada por la aparición local de un virus mortal que después se extiende y amplifica con rapidez por todo el sistema planetario, poniendo en jaque su resiliencia y aumentando la posibilidad de un colapso».
United Nations / CC BY-SA |
Son muchos y cruciales los dilemas que enfrentamos en esta coyuntura. Debemos decidirnos por reconstruir nuestros sistemas de abastecimiento bajo criterios ecológicos y de resiliencia, desechando todas las fantasias neoliberales que pregonaban un crecimiento ilimitado de la economía y unos mercados globales estrechamente coordinados. Es el momento de desarrollar nuevos (y también viejos) modelos de agricultura, comercio y comunidades que sean sostenibles.
Todo esto requiere que consideremos honestamente la manera en que volveremos a conceptualizar y representar el poder del estado. Tal como Yuval Harari, el autor de Sapiens, lo ha expresado en el New York Times: «Nuestra primera elección será decidir entre la vigilancia totalitaria y el empoderamiento ciudadano; la segunda, entre el aislamiento entre fronteras nacionales y la solidaridad global», advierte.
La humanidad tiene que tomar una decisión. ¿Tomamos la senda de la desunión o adoptamos el camino de la solidaridad global? Si eligimos le desunión, no sólo prolongaremos la crisis, sino que probablemente veamos catástrofes aún peores en el futuro. Si optamos por la solidaridad global, saldremos victoriosos de la lucha contra el coronavirus y también de futuras pandemias y crisis que podrían cernirse sobre la humanidad en el siglo veintiuno.
Resulta obvio que yo pienso que el procomún puede contribuir en mucho al empoderamiento de la gente y la solidaridad global. La esperanza reside en la capacidad de construir, de abajo hacia arriba, nuevos sistemas de abastecimiento y cuidados que sean sostenibles, con gobernanza distribuida y participativa, equidad e inclusividad. Podemos depositar nuestras esperanzas en la posibilidad de federar los distintos procomunes de manera que estos puedan coordinarse y llegar a más personas, y hacerlo con responsabilidad, flexibilidad, efectividad y resiliencia.
Quizá las instituciones del estado podrían tener un papel positivo, principalmente ofreciendo normas de carácter general, así como su experiencia y la infraestructura. Pero además deberían centrarse en el empoderamiento de la gente y en la gobernanza a pequeña escala con el fin de generar confianza en la acción colectiva.
Todavía no sabemos cómo se desarrollará y resolverá esta pandemia. Hay demasiadas variables complejas que nos impiden predecir sus muchos efectos. Sin embargo, lo que sí ha quedado bastante claro es que la pandemia pone en cuestión MUCHOS de los elementos que el orden neoliberal asigna al estado y el mercado. Sus instituciones y liderazgo político están demostrando ser o bien disfuncionales o bien carentes de todo compromiso con la atención a las necesidades públicas. Y no es sólo cuestión de los políticos como individuos sino de un sistema que resulta problemático. No obstante, aún no han cristalizado los rudimentos de un sistema nuevo y coherente que ofrezca mejores posibilidades.
Esta puede ser nuestra ambiciosa tarea de avance. Las personas que se identifican como la gente del común y sus movimientos aliados, liberales y socialdemócratas desilusionados, y personas de buena voluntad, están llamadas a desactivar los peligros que amenazan con surgir bajo la apariencia del miedo. Pero al mismo tiempo, debemos también ser capaces de demostrar que existen nuevas formas de construir el procomún, las infraestructuras, las finanzas y las asociaciones público-comunes. Son raras las ocasiones como esta, en que vemos la perfecta alineación de necesidades y oportunidades.
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